Toon Vanhuysse
Nací en Zwevegem, Bélgica, el 13 de octubre de 1940, en los primeros años de la guerra. Mis padres eran gente muy piadosa, católicos. Papá era un hombre extremadamente estricto, pero a la misma vez muy amable. Además de las dificultades familiares (éramos diez niños) y del trabajo con la hilandería, papá encontraba tiempo para hacer todo tipo de “trabajos parroquiales”. También tenía un gran corazón para enviar contribuciones para el desarrollo.
Mi bendita madre—que falleció hace algunos años—era una mujer muy buena. Era muy amable y callada. ¿No es este el adorno más bello con que puede adornarse una mujer? También era una mujer celosa y habilidosa en las cosas de la familia, supervisaba todo el movimiento de la casa. Tenía un leve impedimento físico y soportaba mucho dolor en silencio. Jamás se quejaba y aceptaba todas las dificultades en su vida, consideraba a los demás como superiores, y nosotros nos beneficiábamos de eso.
Mamá no se preocupaba demasiado por la práctica exterior de un creyente, pero escondía una elevada relación con Dios.
El poder de la tradición
La Biblia fue siempre un libro prohibido para mis padres. Pero Dios es soberano y atraviesa mucha de la resistencia que ha construido el catolicismo romano en los pensamientos y los corazones de la gente. Por eso creo que mi madre conocía el temor a Dios. Así fue que crecí con un gran temor reverencial hacia Dios, un temor fuertemente teñido de miedo a la ira de Dios por el pecado.
Recuerdo muy bien las idas al confesionario porque fallaba repetidamente y pecaba contra Dios y sufría de remordimiento. Este no me abandonaba y no tenía paz hasta no haber recibido la absolución del sacerdote en el confesionario. El confesionario era continuamente una liberación y un alivio para mí. Nunca tuvimos noticias del Evangelio de la gracia, del gozoso mensaje de que por creer en la obra reconciliadora de Jesús recibimos el perdón de los pecados y la vida eterna. ¿No es triste? Tal es el poder de la tradición en el sistema católico romano.
Pensemos por ejemplo en la confesión, a pesar de que la Biblia dice “De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (Hechos 10:43). Aun así Roma declara la excomunión a todos aquellos que testifican a favor de la Biblia. El Concilio de Trento lo declara y la tradición generalmente hace a un lado las Escrituras. Debemos tener cuidado de esto. ¡La Palabra de Dios nos lo advierte! La gente también está más dispuesta a aceptar lo que enseña la iglesia que lo que dice la Biblia. Este es el problema de la tradición.
Un llamado a las misiones
Comencé mis estudios secundarios en un colegio en Waregem. Allí seguí un curso en humanidades, con griego y latín. Todavía era la época de la disciplina férrea. Obedecíamos y aprendíamos. Con seguridad no fue un tiempo fácil el de mi experiencia como interno en el colegio. Podíamos ir a casa alrededor de dos o tres semanas al año.
Yo sentía el deseo de hacer algo por los pobres. En mi tiempo de estudio había leído muchos relatos de grandes misioneros, y pensaba que debía seguir sus pasos. Así fue que entré en la orden de los Padres Oblatos de María, en Korbeekle, cerca de Leuven. Eso fue el 1959 o 1960, no recuerdo exactamente.
El noviciado de la orden estaba en Korbeekle. En realidad fue un año de suplicios, con los que se nos sometía a prueba y se nos preparaba para la vida enclaustrada. Fue un tiempo difícil para mí.
Ejercicios espirituales sin valor
Todos los días teníamos una reunión de oraciones espirituales. Comenzaba temprano en la mañana con el breviario, la meditación, la misa y la devoción a María. En el curso del día teníamos nuestra “lectura espiritual”, el rosario y un tiempo de lectura bíblica. Por la tarde generalmente teníamos trabajo manual en silencio. Ah, creo que debería mencionar que algunos viernes por la tarde teníamos un corto tiempo de “flagelación”. Todo novicio tenía su látigo y teníamos que azotarnos la espalda con el mismo. Era como si pudiéramos sacarnos a fuerza de azotes la suciedad de la semana.
Así fuimos entrenados durante un año para la vida de claustro. Cuando miro atrás a esa época, me pregunto cómo no advertimos que todos esos llamados ejercicios espirituales y todos nuestros esfuerzos para servir a Dios no tenían valor, como Pablo enseña en la carta a los Colosenses, ¡sólo servían para satisfacción de la carne! Todos los llamados métodos “santos” van mutilando a Jesús como Mediador. “Y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:8). ¡Que tranquilidad poder descansar en la obra completa de salvación de Jesús! Quiero decirles esto a todos los sacerdotes y a todo el que esté en un claustro: “¡Arrepentíos, y creed en el evangelio!”
Me resulta tan triste que los católicos romanos generalmente no conozcan la diferencia entre la verdad y las mentiras en relación con las cosas espirituales. Las mentiras han adquirido una posición establecida en la mente y el corazón de la gente. Esto se expresa en muchas doctrinas de Roma. Una mentira no se somete fácilmente. Lo experimento ahora que evangelizo puerta por puerta, cosa que hago con la congregación de los cristianos nacidos de nuevo de Munsterbilzen. La gente tiene una aversión profundamente arraigada hacia la verdad. La verdad de la Palabra encara a la gente pecadora y le muestra claramente lo miserable y perdida que está. Pero todo el mundo prefiere escuchar las sugerencias de su corazón, que la Biblia llama “engañoso y perverso”. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9).
Sacerdote en la iglesia de Roma
Luego nos trasladamos al Centro para Estudiantes en Gijzegem, un pueblo entre Aalst y Dendermonde. Después de dos años de estudio de filosofía y cuatro de teología, fui ordenado sacerdote el 20 de febrero de 1966. Por supuesto, para mí fue un suceso muy importante, como podrán imaginarse. Era la coronación de mis estudios y de mi educación.
No podía haber un llamado más elevado. ¡Ser sacerdote en la iglesia de Roma! Habíamos sido elegidos para volver a realizar los sacrificios de Jesucristo en el presente. Nos habíamos convertido en dispensadores de la gracia de Dios, esa era mi convicción. Teníamos la ambiciosa pretensión de ser algún tipo de “hacedor de bendiciones”. ¡Cuánto me había alejado de las Escrituras! Es deshonrar a Dios considerar que el perfecto y suficiente sacrificio de Jesús se debilita por el “sacrificio de la misa” y no se reconoce la profundidad de su eterno poder de salvación. La carta a los Hebreos es muy clara en cuanto a esto.
Dediqué un año a la preparación para el Seminario Menor (una escuela media con opciones para la vida de claustro) de los Padres en Waregem. No me pareció el mejor lugar y se me pidió que fuera a Amberes para participar del trabajo parroquial con un equipo de sacerdotes. Mi asignación era para trabajar específicamente con jóvenes.
Después de un año tuve que dejar Amberes-Kiel porque mi orden me llamó para una designación similar, esta vez para iniciar una parroquia en Houthalen-East. Con otros tres padres formamos un equipo y trabajamos allí. Yo me preguntaba acerca de su posición y de su idealismo.
Sin embargo todo era fruto del poder humano, una construcción humana no fundada sobre la Roca sino sobre la arena. La Palabra de Dios no era la base de nuestra vida, con el resultado de que esta estructura hecha por nosotros mismos era muy débil y su caída fue muy grande, como dice la Biblia. ¡Cómo necesitamos buscar a Jesucristo y aceptar la Palabra de Dios como la base firme para nuestra vida!
Vida sin el Espíritu
Bueno, diría que después de mis diez años de servicio sacerdotal, estaba espiritualmente exhausto. Ya no podía escapar al fracaso de mi servicio oficial en la Iglesia Católica Romana, sobre todo en los momentos en que me veía confrontado con las necesidades humanas fundamentales. A las personas verdaderamente enfermas no podía darles el consuelo de la Palabra de Dios. A las personas con sentimientos de culpa por pasos mal dados en su vida, no podía presentarles el perdón y la reconciliación que se encuentran en Jesucristo. Yo mismo necesitaba conocer a Dios y recibir el perdón de mis propios pecados. Como resultado de esta carencia fundamental, mi vida se había convertido en una montaña de basura espiritual.
Mi trabajo como sacerdote en la Iglesia Católica Romana se caracterizaba por la generosidad y por supuesto por el deseo de hacer lo mejor posible por la mayor cantidad de gente posible, y esto por mis propios medios. Pero esto no subsistió. La principal causa de ese fracaso fue la falta de conocimiento de Jesucristo y de las Escrituras. La gente se pregunta sorprendida cómo es posible que un sacerdote no conozca el Evangelio y carezca de un verdadero conocimiento de Cristo. Es sumamente humillante tener que admitir que así era efectivamente. Jesús, para nosotros los católicos, era por sobre todo un gran ejemplo, el ejemplo de una vida moral elevada, el ejemplo de una justicia social y económica. También era por eso que estaba implicado en la vida comunitaria y el trabajo social, tratando de ser como él y así lograr de alguna manera la salvación.
Nuevo nacimiento espiritual
Pero Dios por su gracia me llevó al verdadero nuevo nacimiento espiritual en Cristo Jesús y me abrió la Palabra escrita de Dios. Esto tuvo consecuencias naturales, en realidad consecuencias penosas. A la luz de la verdad del Evangelio, he descubierto quién soy realmente, a saber, un ser absolutamente pecaminoso, incapaz de hacer el bien e inclinado hacia el mal. ¡No hay nada de bueno en mí! ¡Este es el testimonio de la Biblia! La Biblia misma me enseñó que estaba excluido de toda esperanza de salvación y destinado a la terrible destrucción, como lo escribe Pablo claramente en la carta a los Efesios. ¡Dios no podía encontrar nada bueno en mí! ¿Quién lo hubiera pensado después de diez diligentes años como
sacerdote en la iglesia de Roma? Sin embargo Pablo usa una palabra que describe el valor de toda esa diligencia, a saber, basura; no vale nada a los ojos de Dios. Pensaba que mis obras eran una base para estar frente a Dios y ser bien visto a sus ojos, pero por el contrario, fueron dañinas. “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Romanos 7:18), exclama Pablo. Fuera de Jesucristo la salvación es imposible. Todos necesitamos ser tocados por la gracia de Dios. No hay otra forma.
La Biblia enseña que todos hemos pecado y no somos dignos de la gracia que es dada por medio de Cristo Jesús. Esto se convirtió en una certeza bíblica para mí. Por medio de la fe la gente se vuelve justa sin las obras de la ley. “Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús . . . Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Romanos 3:21-24, 28.
Quiero insistir firmemente que la Biblia no permite condiciones en este punto. No hay camino intermedio entre la verdad y la falsedad. ¡Es verdad o mentira! Hay una gran tentación a considerar a la gente piadosa y que asiste fielmente a los servicios, como justa. Dios ha roto en mí la enraizada pero perniciosa inclinación hacia la auto redención. ¡Eso está tan profundamente metido en el hombre! Nacemos con eso. No creo que haya un hombre que quiera vivir por la “sola gracia”. En secreto tenemos la esperanza que todavía haya algo bueno en nosotros. Somos demasiado orgullosos para admitir lo contrario. Pero la Biblia exhala un clima de gracia soberana. El pecador es justificado por gracia, por medio de la fe. Está totalmente excluida la cooperación de la gente. Me alegro de que Dios me haya revelado esta verdad, “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).
Toon Vanhuysse
Belga de nacimiento, su ministerio en Bélgica actualmente es mediante una Iglesia Reformada. También trabajó con el ministerio “The Straight Street” de Velp, Holanda. Su dirección es:
- Vanhuysse
Sint Niklaasstraat 3745 Eigenbilzen
Tel. Nº 00-32894 18673
Bélgica