Joseph Zachello

Nací en Venecia, al norte de Italia, el 22 de marzo de 1917. A los diez años me enviaron a un seminario católico romano en Piacenza, y fui ordenado sacerdote, después de diez años de estudio, el 22 de octubre de 1939.

Dos meses después el cardenal R. Rossi, mi superior, me envió a Norteamérica como Cura Párroco Adjunto de la nueva iglesia italiana “Bendita Madre Cabrini” en Chicago. Durante cuatro años prediqué en Chicago y más tarde en Nueva York. Nunca me pregunté si mis sermones o enseñanzas eran contrarias a la Biblia. Mi única preocupación y ambición era agradar al papa.

Creer en el Señor

Fue un domingo de febrero de 1944, cuando encendí el aparato de radio y accidentalmente capté el programa de una iglesia protestante. El pastor estaba dando el mensaje. Estaba a punto de cambiar de programa porque no se me permitía escuchar sermones protestantes pero, no sé por qué, seguí escuchando interesado.

Mi antigua teología se vio sacudida por un texto de la Biblia que escuché por el aparato de radio: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”. Entonces, no era un pecado contra el Espíritu Santo creer que uno era salvo.

El Señor me reprende

Todavía no estaba convertido, pero mi mente estaba llena de dudas acerca de la religión romana. Estaba comenzando a pensar en las enseñanzas de la Biblia más que de los dogmas y decretos del papa. Todos los días había personas pobres que me daban desde cinco a treinta dólares por veinte minutos de una ceremonia llamada misa, porque yo les prometía salvar las almas de sus familiares del fuego del purgatorio. Pero cada vez que miraba al gran crucifijo sobre el altar me parecía que Cristo me reprendía, diciéndome: “Estás robando dinero a gente pobre y trabajadora a cambio de falsas promesas. Enseñas doctrinas en contra de mis enseñanzas. El alma de los creyentes no va a un lugar de tormento, porque yo mismo he dicho: ‘Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen’ (Apocalipsis 14:13). No necesito una repetición de los sacrificios de la cruz, porque mi sacrificio fue completo. Mi obra de salvación fue perfecta, y Dios la ha confirmado al levantarme de entre los muertos”.

“Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14). “Si ustedes los sacerdotes y el papa tienen el poder de liberar las almas del purgatorio con misas e indulgencias, ¿por qué esperan un sacrificio? Si ven un perro quemándose en el fuego, ¿esperan que venga el dueño y les dé cinco dólares para sacar el perro de allí?”.

No podía seguir enfrentando al Cristo del altar. Cuando predicaba que el papa es el vicario de Cristo, el sucesor de Pedro, la roca infalible sobre la que se construye la iglesia de Cristo, una voz parecía volver a reprenderme: “Viste al papa en Roma: su enorme y rico palacio, sus guardias, los hombres que le besan los pies, ¿crees realmente que me representa a Mí? Yo he venido a servir a la gente; yo mismo lavé los pies a los hombres; no tenía dónde reclinar mi cabeza. Mírame en la cruz. ¿Realmente crées que Dios ha edificado su iglesia sobre un hombre, cuando la Biblia afirma claramente que el Vicario de Cristo en la tierra es el Espíritu Santo, y no un hombre (Juan 14:26)? “Y la roca era Cristo”. Si la Iglesia Católica Romana está edificada sobre un hombre, entonces no es Mi Iglesia”.

La Palabra de Dios es suficiente

Seguía enseñando que la Biblia no es suficiente como regla de fe y que necesitamos de la tradición y de los dogmas de la iglesia para entender las Escrituras. Pero también seguía esa voz en mi interior diciéndome: “Predicas en contra de las enseñanzas de la Biblia, predicas cosas absurdas. Si los cristianos necesitan un papa para entender las Escrituras, ¿qué necesitan para entender al papa? He condenado la tradición porque todo el mundo puede entender lo que hace falta para la salvación personal”. “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:21).

¿De quién fue la sangre derramada?

Estaba enseñando a mi gente a ir a María, a los santos, en lugar de ir directamente a Cristo. Pero una voz en mi interior me preguntaba: “¿Quién te ha salvado en la cruz? ¿Quién pagó tus deudas derramando su sangre? ¿Fue María, o los santos, o yo, Jesús? Tú y muchos otros sacerdotes no creen en escapularios, novenas, rosarios, imágenes, velas, pero siguen manteniéndolas en sus iglesias porque dicen que las personas simples necesitan cosas simples para recordarles a Dios. En realidad las mantienen en sus iglesias porque son una buena fuente de ingresos. Pero yo no quiero comercio en Mi iglesia. Mis creyentes deben adorarme a Mí en Espíritu y Verdad. Destruye esos ídolos; enseña a tu gente a orar, a venir solamente a Mi”.

¿Quién perdona pecados?

Donde las dudas realmente me atormentaban era en el confesionario. La gente venía a mí, se arrodillaban frente a mí, me confesaban sus pecados a mí. Y yo, con una señal de la cruz, les aseguraba que tenía el poder para perdonar sus pecados. Yo, un pecador, un hombre, estaba usurpando el lugar de Dios, el derecho de Dios, y esa terrible voz me atravesaba, diciendo: “Estás privando a Dios de su gloria. Si los pecadores desean el perdón de sus pecados, deben acudir a Dios y no a ti. Es la ley de Dios la que han quebrantado. Por eso, es a Dios a quien se deben confesar; sólo a Dios deben orar pidiendo perdón. Ningún hombre puede perdonar pecados, sólo Jesús lo puede hacer, y lo hace”.

“Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESUS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21).

“Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).

“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos con el Padre, a Jesucristo el justo” (1Juan 1:21).

No dice que tenemos el confesionario, o el tribunal de confesión en el que, habiendo confesado nuestros pecados al sacerdote, podemos obtener la absolución.

“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehusa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).

“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1Juan 1:9).

“Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Romanos 3:28).

“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1).

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Efesios 2:8).

“Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 16:31).

“Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras” (Romanos 4:5-6).

“Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra” (Romanos 11:6). (Ver también Gálatas 3:11; 1 Timoteo 1:9; Tito 3:5‚ Juan 3:16; Hechos 13:39; Gálatas 2:16; Filipenses

3:9).

Las buenas obras no son en absoluto el medio ni la causa de la salvación, sino su resultado, el fruto o la evidencia de ella (Mateo 7:20).

El propósito de la iglesia romana en exigir las obras y los sacramentos ministrados por sacerdotes para obtener la gracia de Dios es mantener a la gente sujeta al sacerdote y al papa para asegurar su poder sobre las naciones.

Un Jefe: el Señor

No podía seguir en la Iglesia Católica Romana porque no podía seguir sirviendo a dos jefes: el papa y Cristo. No podía seguir creyendo dos enseñanzas contradictorias: la tradición y la Biblia. Tenía que elegir entre Cristo y el papa, entre la tradición y la Biblia; y por la gracia de Dios he elegido a Cristo y a la Biblia. Dejé el sacerdocio romano y la religión romana en 1944, y ahora he sido llamado por el Espíritu Santo para evangelizar a los católicos romanos y a instar a los cristianos a darles testimonio sin temor.

Joseph Zachello

 

Un nativo del norte de Italia, fue salvado bíblicamente en los Estados Unidos. Después de su conversión llegó a ser muy conocido por sus libros y artículos en “La revista del católico convertido”. Su deseo era enseñar a los católicos la doctrina oficial de su propia iglesia, convencido de que sólo conociendo las enseñanzas de su propia iglesia los católicos fieles podrían abandonarla por la verdad de la Escritura. Hoy está con el Señor.

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