Jacob Van der Velden

Decidí ser sacerdote movido por una profunda convicción. Quería ir como misionero a las islas inexploradas de Papúa para llevarles el mensaje de Dios, el Evangelio de Jesucristo. Pensé que estaba bien preparado para enfrentar todas las dificultades que me esperaban allí. Con el lema “Voy porque debo”, fui a Nueva Guinea, una antigua colonia holandesa, sólo para descubrir luego de cinco años que aunque había comenzado con entusiasmo, mi misión se había convertido en un desastre. Me di cuenta de que mis compañeros de trabajo y otros me ignoraban completamente, como si yo no fuera otra cosa que aire. Mi carga se hizo muy pesada por eso. Desilusionado, enojado y herido, no quería orar más ni hablar con Dios. No había ninguna forma en absoluto en que pudiera evitar enfrentar mi fracaso. No quería tener nada más que ver con Dios. Era un verdadero fracasado.

Aprendí sobre mi naturaleza pecadora

Justo cuando mi crisis espiritual estaba en su punto más bajo, conocí un misionero reformado. No quería hablar con él en absoluto, pero aun así lo hice y descubrí que el hombre era un cristiano verdaderamente gozoso. Escuchó mi historia, y eso solo ya fue un consuelo y un estímulo para mí. El podía entender mi desilusión y mi ira. De mi conversación con él, se me hizo claro que yo había estado escuchándome a mí mismo y a mis propias convicciones insensatas. En mi vida nunca había escuchado la Palabra de Dios, ni orado a Dios ni confiado en Dios. Lentamente pero con seguridad comencé a ver qué siervo inútil era y sería mientras siguiera apoyándome en mis propias fuerzas, pero que también podía ser un instrumento útil en manos de Dios cuando dejara que El me guiara en todas las cosas. Era como si se me hubiera abierto un mundo nuevo. Aprendí de la Palabra de Dios, llegué a ver la grandeza de Dios y la profunda corrupción del hombre a causa del pecado.

Con frecuencia he visto que los artículos que describen discusiones con los sacerdotes católico romanos consideran su doctrina como bíblicamente sólida. En realidad no son bíblicas en absoluto; no lo pueden ser en cuanto a eso. Esa también era mi dificultad antes de que me convirtiera. En el curso de mi conversión con frecuencia me decían “Eso no es escritural, la Palabra de Dios dice otra cosa”. Después de cada discusión me volvía más y más inseguro, al ser dirigido a las Escrituras tenía que reconocer vez tras vez que lo que hablaba era realmente contrario a las Escrituras, que en efecto, no conocía la Palabra. La lucha por conocer la verdad fue dura. No quería admitir que estaba equivocado. Nada es más humillante que tener que reconocer que la propia opinión de Dios, la propia convicción, adquirida durante muchos años de estudio y experiencia considerada inmune al desafío, una convicción por la que uno haría cualquier cosa—que todo eso no era otra cosa que opinión falsa y no escritural. Me hacía sentir como un fracasado, como alguien severamente mutilado.

“. . . Muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1)

El Señor sabe cuánto me resistí a la doctrina de la total corrupción humana: la tendencia del hombre hacia todo mal, su incapacidad para hacer lo bueno—qué dura es esa doctrina. Hace que uno caiga del pedestal y se vuelva completamente desgraciado. Muy lentamente aprendí a ver que el hombre había caído de su pedestal siglos atrás cuando escogió el pecado y se volvió contra Dios. Por años yo, junto con muchos otros, tratamos desesperadamente de mantener erguido ese hombre caído. Luego hablamos del hombre herido que sigue luchando para mejorar al hombre enfermo, deseando hacerse justo a los ojos de Dios. Pensaba que al final Dios iba a recompensar aquellas buenas obras, o más bien que estaba obligado a recompensarlas. Nos recompensaría con la salvación eterna. Las buenas obras de nuestras vidas meritorias hasta traerían salvación a otros. Contra la opinión Católica Romana sesgada de un “Dios bueno, lleno de amor” iba a conocerlo como al Señor que derrama su ira sobre el pecado y que con toda seguridad no puede dejar sin castigo al pecado. El Señor que se revela a sí mismo en el Antiguo Pacto es el mismo ayer, hoy y siempre.

Historias cómicas católicas

Este era el fin de las historias cómicas acerca de los “grandes santos” que tenían puertas traseras secretas en el cielo para hacer pasar adentro “de contrabando” a fieles especiales. Significaba el fin de las historias acerca de pecadores listos que, mientras guiñaban un ojo maliciosamente a Pedro, el celoso guardián de la puerta del cielo, se escabullían adentro. Ahora era, según la Palabra de Dios, todo por fe. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).

La abundante gracia de Dios

Cuando Dios, en su infinita misericordia me hubo convencido, ya no tuve pretensiones. Cuando su luz me iluminó, comprendí la gravedad de las palabras de Pablo: “¡Miserable de mí!” Entonces pude comprender Romanos 3:9-20. Dios me presentó una figura completamente nítida y supe que era yo mismo. Pero (y debo agregar que esto fue a renglón seguido) grande fue mi gozo por la salvación en Cristo Jesús. Entonces pude saborear la riqueza y la profundidad de este pasaje de las Escrituras: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16).

Pude pedir ayuda al trono del misericordioso Padre Celestial quien, en Cristo Jesús, me salvó, me hizo una nueva criatura por medio del nuevo nacimiento, me llenó y me renovó por medio del Espíritu Santo. Ahora puedo vivir una vida de agradecimiento a mi Dios y mi Señor. Aprendí a conocer y adorar al Dios que llama y elige. Llegué a comprender que uno está frente a Dios con las manos vacías, y a permitir que El solamente las llene. Y todo esto me ha permitido, por la gracia de Dios, por la que llegué a creer, seguir adelante por el poder de esa fe. Habiendo sido un fracasado desahuciado, inesperadamente se me permitió salir adelante. Dios me guió de manera maravillosa. Es en su gracia que ahora me jacto abiertamente, porque me tomó de la mano y ahora me gozo en su servicio.

Habiéndome convertido en su propiedad, recreado de acuerdo a su imagen, comencé a vivir en El con un corazón nuevo. Pude amar a Dios y a mi prójimo y guardar sus mandamientos. No solamente me sentí una nueva persona, realmente me convertí en una nueva criatura, renovada a su imagen por su Espíritu. La nueva criatura sólo quiere ser agradecida y alabarle a él, que ha visto nuestra miseria y nos ha hecho tan ricos.

Cuando oigo que de tanto en tanto un católico romano convertido ha regresado al seno de la “iglesia madre”, reflexiono en silencio en las muchas cosas que he recibido, al ser llamado y tomado en forma ineludible por el Señor. Tuve que escuchar muchas veces decir: “Qué cambio, qué gran transformación, ¡de sacerdote católico romano a ministro reformado!” Sin embargo no podía dar una respuesta satisfactoria a este comentario, ya que era un cambio, una transformación que yo no había provocado—¡más bien todo lo contrario! David podía seguir agradeciendo a Dios mientras cantaba: “En mi angustia invoqué a Jehová, y clamé a mi Dios” (Salmos 18:6). Mi insensatez era tal que no invoqué a Dios en aquel tiempo; no, ni siquiera le pedí ayuda, pero El sencillamente tomó lo que quiso. Tomó y llevó al reticente donde sabía que estaría bien: en su iglesia, donde se predica sólidamente su Palabra, donde se administran fielmente sus sacramentos, y donde se mantiene su disciplina.

La actitud mental Católica Romana

¿Cómo es eso posible? Pregúntenle al Señor, él es maravilloso en todos sus hechos. Pero cuando leo el comentario acerca de algún sacerdote “Dios con seguridad tendrá que recompensar su valiente acto de dejar la Iglesia Católica Romana”, entonces veo con gran tristeza que esa persona no ha entendido nada en absoluto de su propia miseria y de la intervención salvadora de Dios por la gracia sola. Esta persona sigue llevando la miserable mancha hereditaria romana: “Soy yo quien tiene que hacer esto; soy yo quien tiene que lograr algo y entonces el Señor estará obligado a recompensarme”. Sólo podemos orar por tal persona para que sea verdaderamente iluminada por el Señor, tomada definitivamente por su Palabra, y al mismo tiempo, escuche de la misericordia de Dios en nuestro Señor Jesucristo.

Cuando alguien escribe en contra de aquellos que quieren justificar la homosexualidad, es obvio que será criticado viciosamente. Lo señalarán como a aquel antiguo sacerdote que tenía tanta necesidad de casarse pero no se le permitía hacerlo, que cambió de religión y siguió manifestándose contra todo lo relacionado con el catolicismo romano. Esas son las notas de quienes hablan en una longitud de onda completamente diferente. Están a tono con el mundo y no quieren reconocer que el hombre es concebido y nace en pecado. Tales personas primero deben ser convencidas de pecado por el Espíritu Santo (Juan 16:9), luego, por la gracia de Dios aceptar la salvación basada en el sacrificio completo de Cristo, por la sola fe.

El ecumenismo duele

Sin embargo, me duele mucho más cuando los cristianos dan testimonio a los católicos romanos y al mismo tiempo aceptan la doctrina y la práctica romana. La tendencia a suavizar las doctrinas y prácticas pecaminosas Católica Romanas ¡debería ser otra advertencia para nosotros del falso movimiento ecuménico que causa gran daño a la obra del Señor!

Estoy agradecido de haber sido escogido para experimentar los ricos pensamientos que están claramente descriptos en la Biblia, la Palabra escrita de Dios mismo. Por medio de su Palabra escrita, aprendemos a entender lo que hace a nuestra paz eterna. Es por medio de la sólida predicación de la Palabra por el Espíritu Santo que hasta los corazones más duros se ablandan: “Te alabaré para siempre, porque lo has hecho. . .” (Salmos 52:9).

Con frecuencia, cuando estaba en el campo misionero en Nueva Guinea, tenía que meditar sobre este pasaje de las Escrituras: “Así que la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). De la misma manera que he sido salvado por la sola gracia de Dios, la salvación ha llegado a otros aquí. Paganos que no tenían el menor deseo de justicia se han vuelto justos en Jesucristo. El Señor nos ha enviado a hacer a los paganos sus discípulos por la predicación de su Palabra.

La luz brilla en la oscuridad

Dios en su amor y misericordia y estando lleno de perdón vino a mi vida y ocurrió un milagro. Un sacerdote católico romano a fines de sus cincuenta años jamás hubiera iniciado naturalmente una conversación con un misionero reformado, ¡el sacerdote que yo era con seguridad no lo hubiera hecho! Nunca antes había visto un misionero reformado, nunca había hablado con alguno, y aun así de alguna manera lo hice. Una mano invisible intervino. Al comienzo me resistí, pero cuando el misionero reformado me invitó a sentarme a su lado a la orilla del río, el Espíritu de Dios estaba obrando. En esa primera conversación (y en muchas otras que siguieron), encontramos juntos el rostro de Dios, y éramos unas de las personas más gozosas de la tierra. Su gracia había salido victoriosa. Mis ojos se abrieron a la Luz que brillaba en la oscuridad y encontré la Verdad de las Escrituras. Por medio de esta verdad, pasé de ser sacerdote a ser salvo, de ser misionero a ser ministro, del ocupado hombre “hágalo usted mismo” a un siervo que aprendió a pedir a Dios obediencia a su Palabra. Desde que comprendí que la salvación es por gracia sola (Efesios 2:8-9), soy una persona diferente que vive por la gracia de Dios en Cristo, un testimonio de que Jesucristo es el único Salvador. Cuando miro atrás en mi vida, no puedo hacer otra cosa que regocijarme como un hombre feliz y agradecido. Quisiera que todo el mundo sepa, queridos amigos, que no me gané esto, sino que Dios fue misericordioso, e inesperadamente me salvó sólo por su libre gracia.

Que el Señor los llame en su gracia para que conozcan a Cristo y el poder de su resurrección (Filipenses 3:10). ¡A Dios solamente sea la gloria!

Jacob Van der Velden

Jacob Van del Velden era un holandés salvado por gracia en Nueva Guinea. Desde su conversión estuvo pastoreando una Iglesia Reformada en Holanda. Actualmente está con el Señor, habiendo pasado a su presencia el 24 de enero de 1997.

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