Thomas Connellan

Cuando tenía trece años me llevaron de mi feliz hogar en el oeste de Irlanda y me entregaron a una hermandad religiosa en una localidad vecina. Mis parientes me habían destinado para el sacerdocio. Esta hermandad hacía los votos normales de castidad, pobreza y obediencia. Habían venido de Francia para dedicar sus vidas principalmente a la educación de los niños pobres. Pasé tres años en ese seminario en Sligo, Irlanda. Al final, fueron años felices.

Preparación para el sacerdocio

De Sligo me transfirieron al colegio diocesano en Athlone. Después de otros tres años entré en Maynooth, un lugar selecto y especial de preparación para el sacerdocio. Estaba tan separado del mundo como si hubiera estado oculto bajo tierra. En cuanto al espíritu en Maynooth, era de una vil esclavitud. Se desalentaba, desaprobaba y denunciaba la independencia de pensamiento y de acción.

Me convertí en sacerdote católico romano el 20 de junio de 1880, y me enviaron a Strokestown como cura y de allí al nuevo palacio de mi obispo en Sligo para ser del “equipo de Sligo”. Después de una residencia de cuatro años en Sligo, me transfirieron a la ciudad de Rosecommon.

Esclavo de un galeón

En una oportunidad después de haber predicado en la catedral sobre la “transubstanciación”, quedé en medio de las dudas y el desaliento. Para esa época veía claramente que debía decir adiós a Roma, pero me hallaba en un terrible dilema. Mis padres todavía vivían, mis hermanos y hermanas me consideraban algo así como un ser superior puesto que me habían apartado para el sacerdocio. Me había hecho un ejército de amigos – queridos, sinceros, valiosos amigos—cuya estima yo apreciaba mucho. Parecía no haber modo de escapar y me sentía un esclavo tan miserable como los que remaban en los galeones.

Ahí estaba, llevando una vida que sabía era una mentira, anhelando huir y descansar, y sin embargo mi consideración por mis seres queridos me tenía encadenado a la rueda del timón.

Alrededor de nueve meses antes de mi huida de la Iglesia Católica Romana, fui transferido a Athlone. Este pueblo está hermosamente ubicado sobre el Shannon. Para mí su principal atractivo era Lough Ree, un espléndido espejo de agua dulce, donde podía olvidar mis problemas. Estaba sediento casi de muerte, no podía comer ni dormir. Lo único que me sostenía era la esperanza de mi pronta liberación.

Finjo haberme ahogado

Finalmente pensé un plan maravilloso. Fingiría haberme ahogado y dejaría mi sotana clerical en el bote. Funcionó como esperaba y aparecieron algunos notables avisos obituarios en el Rosecommon Messenger y otros periódicos. El Consejo de la Ciudad, la Corte Municipal y la Junta de Guardias se unieron todos como señal de respeto a mi memoria, mientras que el vicario general de mi diócesis escribió una carta muy compasiva a mi padre. Era imposible, después de semejante testimonio público a mi favor, que alguno atacara mi carácter.

Así fue como me alejé como hombre libre. Tomé el tren de Moate y tuve mi primer sueño tranquilo por meses en Dublín esa noche. A la mañana siguiente crucé Kingstown y alrededor de las seis de la tarde salí de Euston, sin amigos y desconocido, en una selva de cinco millones de personas.

En pocos días obtuve el cargo de subdirector de personal de un periódico que se publicaba semanalmente. Desde entonces, mi profundo deseo era el de encontrar más luz y una comunión más íntima con el Dios vivo.

La gracia de Dios para conmigo

Por medio de la gracia de Dios, conocí a un humilde siervo suyo, W. Webb-Peploe, y por él supe lo qué es el verdadero cristianismo. Encontré salvación en el Señor Jesucristo, y descubrí que no tenía vergüenza del Evangelio de Cristo. Como Pablo puedo proclamar: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Romanos 1:16-17). “Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida” (Romanos 5:18).

Comencé a editar un periódico que tuvo una amplia circulación, llamado Los Católicos. También he escrito el libro Hear the Other Side (Oigan el otro lado) y folletos. Mi hermano José también se convirtió en un creyente en el Señor Jesús, y desde nuestra Misión en Dublín mantenemos reuniones durante la semana para alcanzar a los católicos romanos perdidos para que se salven y se vuelvan de la oscuridad a la luz, y del poder de Satanás a Dios.

Todo hombre puede vivir engañado por un cierto tiempo, pero nadie que no sea un necio, perseverará en su error. “Los insensatos no estarán delante de tus ojos; aborreces a todos los que hacen iniquidad” (Salmos 5:5).

Thomas Connellan

Nota Editorial:

Thomas Connellan fue a estar con el Señor alrededor del año 1912, amado por muchos a quienes había comunicado el mensaje bíblico de la salvación. Una historia más detallada aparece en el libro de Albert Close, 662 Priests Leave the Church of Rome (662 sacerdotes dejan la iglesia de Roma).

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