Edoardo Labanchi

La única religión de la que tenía conocimiento era la de la Iglesia Católica Romana. Así es que decidí ser sacerdote e ingresé a la orden jesuita. Mis superiores parecían estar muy satisfechos conmigo, y fui admitido para tomar los votos que normalmente se toman recién después de dos años de prueba. Esto me dio cierta satisfacción, admito, pero era solamente satisfacción humana. Sentía que estaba haciendo algo diferente al común de la gente y, como los fariseos parados en el templo frente al altar mirando despreciativamente al publicano, me sentía diferente al resto de gente. Estaba en la iglesia Católica y se me consideraba como alguien que llegaría a ser perfecto. En realidad, era tan ambicioso que pedí ser enviado como misionero, sintiendo que de esa manera podría tener una vida espiritual superior. Así es que me enviaron a la isla de Ceilán.

Ceilán

Cuando llegué a Ceilán, sin ser aún sacerdote ordenado, se me envió a trabajar en un colegio antes de iniciar los estudios teológicos. Los jesuitas tienen un largo período de preparación. Muy pronto me desilusioné mucho por la falta total de celo, de parte de los misioneros católicos, por convertir a los paganos. Los veía comprometidos en la enseñanza en los colegios. Veía sus iglesias refinadas, pero veía muy poco “evangelismo” real como yo lo entendía en aquel tiempo. Me parecía que había un atmósfera muerta.

India

A su debido tiempo me enviaron a la India para mis estudios teológicos y, Finalmente, fui ordenado sacerdote. Durante mis estudios me enfrenté cara a cara con las religiones paganas, el hinduismo, el budismo y el islamismo, y comencé a ser profundamente desafiado en mi propia religión y a preguntarme qué era, en esencia, la diferencia entre el cristianismo y estas religiones paganas. Ellos también tenían sus libros y escritos sagrados. Tenían ideales y mandamientos elevados y trataban de vivir de acuerdo a ellos. Un hindú podía guardar tranquilamente una estampa de Cristo entre sus pertenencias y seguir siendo un devoto hindú.

¿Había alguna diferencia básica entre estas religiones y el cristianismo, o eran todas las religiones iguales en el fondo?

Un poco de luz

Fue en este tiempo que comencé, poco a poco, a ver la luz, y debo admitir que comencé a hacerlo a pesar de estar en la iglesia católica. Estaba llegando al final de mis estudios teológicos, pero no era de ellos que estaba obteniendo luz, ni tampoco de mis profesores, ni de la devoción, ni de mi obediencia al papa. Se los puedo asegurar. El medio que Dios estaba usando era la lectura y el estudio de la Biblia, de su Palabra. Ya antes de esto había sentido cierta atracción hacia la Biblia, hacia algo puro y real que hablara al alma y pudiera ser entendido, algo que fuera más que simplemente humano. Ahora seguí leyendo y estudiando la Biblia con atención, y al hacerlo comencé a comprender que la diferencia básica entre el cristianismo y las religiones paganas radicaba, no tanto en mandamientos o doctrinas, sino en la Persona de Jesucristo. Comencé a meditar en lo que la Biblia decía acerca de él y de su obra redentora y, al hacerlo, Jesús comenzó a volverse más y más real para mí. Poco a poco Cristo se convirtió en un sol naciente en el horizonte de mi vida. Aunque todavía sostenía muchas doctrinas Católica Romanas, algo maravilloso me estaba ocurriendo.

Después de la ordenación

En 1964, después de mi ordenación, me enviaron a Ceilán nuevamente. Ahora iba como sacerdote, y fue en esa oportunidad que me enviaron a una ciudad en el centro de la isla para dar una serie de conferencias sobre la Biblia a algunos catequistas católico romanos, porque mis superiores sabían de mi interés por la Biblia y que había hecho estudios especiales sobre ella. Fue en el curso de uno de estos viajes que visité la iglesia evangélica de la ciudad. Por supuesto, ya había visto esa pequeña iglesia evangélica antes, pero siempre la había mirado con desprecio. Cerca de ella se levantaba una enorme e imponente iglesia católica y yo solía pensar: “¿Qué creen que pueden hacer estos miserables protestantes? Si los paganos se van a convertir, será gracias a la gran Iglesia Católica Romana”. Sin embargo, ese día en particular, sentí un impulso de entrar. Tal vez era el nuevo movimiento ecuménico que me hacía sentir que ahora teníamos que ser amistosos y bondadosos con los “hermanos separados”. Evidentemente se sorprendieron al verme entrar, pero me recibieron con mucha amabilidad y me entregaron algunos folletos y otra literatura. No pude evitar sentirme impresionado por el celo y la devoción de esta gente. Algunos eran misioneros suecos, otros eran cristianos y obreros ceilaneses. Estaban llevando a cabo una campaña de evangelización, distribuyendo folletos e invitaciones en las calles, incluso los niños ayudaban con entusiasmo en la tarea. Nunca había visto ese celo en la Iglesia Católica Romana. También vi que trataban de convertirme.

¿Relación personal con Cristo?

Uno de los folletos que me dieron me interesó particularmente. Era un devocional diario llamado “Mensajero de su venida”, que ahora se publica en numerosos idiomas, incluyendo una edición en italiano, publicada en Roma. Los artículos en este texto siempre se referían a la nueva vida de comunión con el Señor. Yo sabía estas cosas en teoría, pero ahí parecían muy reales, vivas y personales. “Después de todo”, pensé, “de esto se trata y debería tratarse el Evangelio”. Seguí frecuentando estos evangélicos, y me dieron otros extractos del Evangelio y folletos, algunos publicados por la Sripture Gift Mission, y también los siguientes números del “Mensajero de su venida”. Toda esta literatura me ayudó a acercarme al Señor. Luego regresé a la India durante algunos meses para completar mis estudios teológicos, y también allí hice contacto con algunos evangélicos.

Dios sigue trabajando

Fue en este punto de mi vida que Dios comenzó a trabajar en forma más evidente que antes. Cada vez más, sentía que debía volver a Italia. Al mismo tiempo ocurrió otro suceso. El gobierno de Ceilán decidió que todos los misioneros extranjeros debían salir gradualmente del país; y, para comenzar, se negaron a permitir el reingreso a Ceilán a quienes ya habían salido. Tampoco pude quedarme en la India porque, siendo miembro del Commonwealth, mi permiso de residencia me permitía quedarme allí sólo hasta completar los estudios. Nuestros superiores decidieron enviarnos de regreso a nuestro país, y se me indicó que me preparara para retornar a Italia. Antes de partir, escribí al director de la edición italiana del “Mensajero de su venida”, diciéndole que, aunque era un sacerdote católico, en el espíritu del movimiento ecuménico, había leído ese material y me gustaba mucho; así que quería colaborar con ellos cuando volviera a Italia, en lo posible y dentro de lo compatible con mi función como sacerdote.

Profesor de Biblia

A mi llegada a Italia y después de dos meses de mi llegada a Nápoles, mis superiores me enviaron a Roma para que me preparara para ser especialista en Biblia. Sabían que en la India me había mostrado muy interesado en la Biblia y que quería saber más; y las autoridades católicas parecían pensar que la Biblia podría hacer de puente con las iglesias protestantes en el movimiento ecuménico. En función de eso me enviaron a lo que realmente era el Instituto Bíblico Católico de más nivel en Roma. Comprendiendo que eso era un gran honor y privilegio, cuando llegué a Roma decidí no tener nada más que ver con evangélicos o protestantes. Ya no me interesaba colaborar con ellos en el “Mensajero de su venida”. Quería dedicarme enteramente al estudio de la Biblia y a prepararme para mi futuro ministerio. No tenía tiempo en absoluto para relacionarme con los protestantes.

Este era, por supuesto, el motivo que yo trataba de poner pero, mirando atrás, ahora veo que la verdadera razón era que muy en el fondo de mi corazón yo sentía que si hacía contacto con ellos tendría que llegar a una decisión y dar el paso, cosa cuyo prospecto me atemorizaba.

Trato de compartir el Evangelio

De modo que seguí con mis estudios y al mismo tiempo se me solicitó que asistiera como sacerdote en una iglesia en Roma donde predicaba los domingos y días santos a unas mil personas tal vez. Escuchaba confesiones y hacía las tareas propias de un sacerdote. En mis sermones trataba de compartir el verdadero mensaje del Evangelio, y en el confesionario trataba de dar ayuda y consejos espirituales reales para que supieran sobre el nuevo nacimiento. Sentía la responsabilidad y la importancia de estos contactos personales íntimos. Pensaba que además de hablar con ellos sería bueno darles algo para que llevaran para leer. Era evidente que debía ser un folleto corto, algo que estuviera escrito en italiano sencillo. También era importante que pudiera darles algo sin costo, para que pudieran aceptarlo sin dificultades. Mi problema era dónde encontrar esos folletos.

Entonces recordé los folletos que había recibido en la India y Ceilán que eran publicados por la Scripture Gift Mission y otros. Me preguntaba si habría algo similar en Italia. Luego recordé que había una exposición y venta permanente de libros de todo tipo, y entre ellos había un puesto donde un hermano cristiano tenía expuestas Biblias, y libros y folletos cristianos. En la primera oportunidad fui a esa calle y encontré el puesto, miré los libros y le pregunté si tenía el tipo de folletos que yo necesitaba. Me dijo que tenía pero que no disponía de muchos. “Pero, a la vuelta de la esquina hay una librería evangélica. Allí conseguirá la cantidad que necesita y podrá elegir lo que quiere”.

Al comienzo estaba un poco dudoso de ir, pero lo hice, pensando que después de todo era sólo una librería y que yo podría entrar, hacer la compra y salir rápidamente. Al entrar en la librería, el hombre que estaba a cargo me recibió amablemente. Había todo tipo de folletos, y elegí los que me parecía que me servirían. Mientras el hombre los envolvía, conversamos algo y yo le mencioné que había sido misionero en la India y en Ceilán.

Me abro a nuevas verdades

Fue entonces que noté que estaba sucediendo algo extraño. El hombre y su esposa me miraban primero a mí y luego se miraban entre ellos. Intercambiaron miradas y unas palabras, y yo pensé que tal vez había algo malo en mi sotana negra. Luego me preguntó: “De paso,

¿cuál es su nombre?” Yo respondí “Bueno, me  llamo  Edoardo Labanchi”.  “Ah, entonces  es usted”, dijo. Yo me pregunté, ¿Qué quiere decir con que yo soy la persona? Ni siquiera los conozco.

Pero había una explicación—algo maravilloso. “¿Alguna vez ha escrito una carta al director de “Mensajero de su venida”? preguntó. “Sí, efectivamente” respondí, mientras pensaba, no creo que este hombre sea el director del “Mensajero de su venida”. No parece ser el editor del periódico. No me parece que éstas sean las oficinas de una editorial ni es la dirección a la que escribí. Como si estuviera leyendo mis pensamientos, el hombre continuó: “Lo que ocurre es que su carta fue enviada aquí. El director es el representante legal del periódico, y también es algo así como gerente de varias otras cosas; pero en realidad nosotros publicamos el material. Yo soy el editor, por eso tengo aquí su carta”. Efectivamente me mostró la carta y dijo: “Mire, aquí afirma que querría colaborar con nosotros”.

Dios me arrincona

Hay momentos en nuestra vida, creo, cuando sentimos que Dios nos está arrinconando. En cierto sentido, no era otra cosa que una secuencia de sucesos humanos pero, en ese momento, sentí que había ocurrido algo insólito en mi vida. Sentí que Dios quería que tuviera contacto con esa gente, y desde ese día en adelante continué visitando estos amigos en la librería, que también es la sede del Centro de Servicios Cristianos desde el que se realizan diversas actividades evangelísticas. También me invitaron, con toda amabilidad, a asistir a las reuniones que realizaban en los hogares. Asistí regularmente y conocí a otros creyentes. Esto enriqueció mi propia experiencia espiritual pero, lo que es más importante, comenzaron a orar por mí, y no solamente en Italia sino también en Inglaterra. Tenían amigos en todas partes, y se corrió entre ellos la noticia de que un sacerdote católico se estaba reuniendo con ellos en su Centro en Roma y se pedía oraciones por él.

Fundado en la Biblia y en Cristo

Para 1966, en mi mente y en mi corazón, yo ya era un evangélico, o más bien, Cristo se estaba volviendo cada vez más la base de mi vida. Comencé a descartar todas las doctrinas y prácticas católicas que tenían poco o nada que ver con el Evangelio. Al mismo tiempo estaba ayudando a traducir artículos para el “Mensajero de su venida” en italiano, pero todavía no había andado todo el camino en mi conversión. En ese tiempo el Concilio Vaticano estaba en boca de todos, y se hablaba mucho acerca del movimiento ecuménico. Yo pensaba, ¿Por qué tendría que dejar la iglesia católica si ahora somos prácticamente lo mismo? Pronto estaremos unidos, así que puedo trabajar en la iglesia católica y ayudar a extender el Evangelio mientras sigo en la iglesia católica. Esa era mi idea, pero después de un tiempo me desilusioné mucho con el Concilio Vaticano y el movimiento ecuménico y comencé a preguntarme qué hacer. Como verán, mi posición era muy difícil. No era lo que un católico llamaría un laico común. Era un sacerdote ordenado. Pertenecía a la orden más grande de la Iglesia Católica Romana. Me habían enviado a Roma para hacer estudios especiales y, por supuesto, mis superiores tenían puesto un ojo especial en mí. Por otra parte me sentía atado por todas las reglamentaciones y las doctrinas oficiales, y comencé a comprender que me sería imposible seguir allí por mucho tiempo sin revelar lo que realmente pensaba desde la profundidad de mi corazón y sin poner en compromiso mi conciencia. Por un tiempo traté de adaptarme a las circunstancias pensando que podría ser de utilidad quedándome donde estaba. Solía hablar de Cristo y la salvación, refiriéndome a María solamente como un ejemplo a seguir, pero mi posición como sacerdote me obligaba a comprometer lo que sabía que era correcto. Sabía la decisión que tenía que tomar, pero todavía trataba de evitarla. Luego el Señor mismo me mostró que tenía que actuar y hacerlo de una vez. Recordé lo que Elías había dicho a la gente

en la Biblia, “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos?” (1 Reyes 18:21). Fue efectivamente en este punto donde Dios mismo tomó el control y me dio la fuerza. Casi a pesar de mí mismo fui a mis amigos de la librería y me encontré diciéndoles: “He decidido dejar la Iglesia Católica Romana, y si les parece que podría hacerlo, me gustaría ayudarlos en su trabajo aquí en el Centro”. Mi decisión tomó desprevenido al señor Torie, pero en realidad la venía esperando desde hacía cierto tiempo. Algunos días después dejé mi orden.

Nueva vida en Cristo

El punto que quiero resaltar firmemente como palabra final es que lo importante de mi historia y en la historia de otros que han seguido el mismo camino no es que hayamos dejado la iglesia Católica, una organización, o una religión. Lo importante es que hemos encontrado una nueva vida en Jesucristo. Todavía me queda un largo camino por andar y digo con Pablo: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto. . .” (Filipenses 3:12), pero sé que en el momento en que acepté a Cristo como mi Salvador y Señor, el Cristo que murió por mis pecados, algo ocurrió en mí. Me convertí en una nueva criatura. Pablo dijo: “Y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Filipenses 3:9). En el pasado había estudiado la Biblia desde un punto de vista técnico, como lo hacían mis profesores y mis compañeros en el Instituto Bíblico; pero ahora adquiría un nuevo sentido –un sentido que no viene del mero estudio humano sino que estoy absolutamente seguro que viene de arriba.

Mi vida no ha sido fácil desde que dejé la Iglesia Católica Romana, y estoy seguro de que no será fácil. “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo, y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos” (Filipenses 3: 7-11).

He dejado de lado gustoso todos los beneficios materiales y honores que puedo haber tenido en la orden de los jesuitas. Cualquiera de esas coronas las pongo con alegría a los pies de Jesús, junto con mi vida, mi tiempo y los talentos que pueda tener, para que El me use según su voluntad. Doy gracias a Cristo Jesús mi Señor porque, aunque antes lo blasfemaba, perseguía e insultaba, recibí su misericordia porque lo hice por ignorancia en mi incredulidad.

Edoardo Labanchi vive en Grosseto, Italia. Mediante su iglesia local tiene un ministerio llamado “Centro para estudios teológicos” en Grosseto, y está involucrado en muchos centros similares por toda Italia. Ha traducido y publicado la versión en italiano de este libro. Aunque académico como conferencista y escritor, también practica el evangelismo en las calles.

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