Por:  Jacqueline Kassar

Cuarenta y cinco años de mi vida los pasé en la iglesia Católica Romana; veintidós de ellos como monja encerrada en un convento, dedicada a la adoración, restauración y sufrimiento.  Yo creía que el llamado de una monja al servicio de Dios tenía que ser como un salvador pequeño ante el mundo; yo deseaba ser como el Señor Jesucristo.

Decidí hacerme monja:

Después de haber cursado la escuela elemental por ocho años y memorizado el catequismo, el cual es el libro de texto de la iglesia romana, creía, con todo mi corazón, que una familia con un hijo o un hija de monja o sacerdote podía recibir el favor de Dios y Sus bendiciones.  Decidí entrar al convento cuando tenía la edad para poder dejar el hogar.  Esta era mi meta al cumplir los veintiún años en el 1954.  Yo entré al convento en contra de la voluntad de mis padres.  Mi creencia en el llamado para hacerme monja sobrepasaba la oposición de mis padres.

A pesar de sentirme apenada por dejar a mis padres, sentí el consuelo de que estaba haciendo la voluntad de Dios cumpliendo este sacrificio para la salvación de mi familia y todos aquellos que se encontraban fuera de la fe Católica Romana,  los cuales, yo pensaba, estaban destinados al infierno.

La vida en el convento:

Al principio yo estaba maravillada por la tranquilidad, la belleza estructural y la paz que parecía reinar allí.  Yo fui enseñada a hacer penitencia durmiendo sobre una tabla, postrándome a la puerta del comedor como un acto de humillación, y castigándome a mi misma como un medio para apasiguar la ira de Dios.  Esto me enseñó a creer en un Dios de castigo, intocable y poco amoroso.  Yo le temía en cada momento de mi vida.  Según iba pasando el tiempo, empecé a sentir un vacío en mi corazón y la desesperanza me oprimió.  Yo me sentía deprimida; muchas veces lloraba y me revelaba contra la autoridad con mucho coraje y sentía odio por las reglas y costumbres del convento por ser tan crueles.

Me sentí atacada por muchas enfermedades y temblores que sólo el valium me ayudaba a aliviar.  Todo el tiempo los medicamentos nublaban mi entendimiento y no me permitían la habilidad de pensar y razonar.

Mi deseo de conocer a Dios:

Yo estaba ambrienta por saber que Dios me amaba, y deseosa por conocerlo, comencé a leer escritos místicos, los cuales me enseñaron que podía tener una relación mística con Dios; logrando una sabiduría sobrenatural de El, lo cual me llevaría a una completa santidad.  Este camino me dirigió a ?  no tan sólo la Biblia y a Jesús, pero todo lo relacionado con la vida religiosa.

Paso a paso perdí la habilidad de razonar y bregar con la realidad, la realidad era muy dolorosa para yo encararla.

Oración Contestada:

Sintiéndome desesperanzada y sin interés, le rogué a Dios.  En Su misericordia y gracia, El oyó mis ruegos.  En el 1975, una prima lejana, que era cristiana, trajo al convento un evangelista el cual estaba visitando a Nueva York.  El estaba predicando en la calle cerca de la parroquia Católica.  Me dieron permiso para asistir, y por primera vez oí el verdadero evangelio.  ¡En verdad que eran las buenas nuevas!  „Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a Su Hijo unigénito para que todo aquel que en El cree no se pierda mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).  Aprendí que Jesucristo murió por mis pecados pasados, presente y futuros.  Cuando yo lo acepté como mi Señor y Salvador me arrepentí de mis pecados, El hizo que mi espíritu tomara vida y empezé una relación personal entre Cristo y yo.  Este es el regalo de Dios para todo aquel que cree, „Porque por gracias sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;  no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).  Es muy importante saber que individualmente cambiamos y creemos en El,  „..que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Romanos 10:9).

Mi vida después de haber escuchado el evangelio:

Después de yo haber aceptado al Señor Jesucristo como mi Señor y Salvador, comencé a leer la Biblia y orar directamente a Dios.  En el 1977, dejé el convento y comencé por mi cuenta en la búsqueda de la verdad.  La Palabra de Dios era mi única autoridad y todo era medido en contra de la biblia, pero esto era tan sólo el principio.  Yo no realizaba el daño tan grande que las falsas doctrinas y creencias  habían creado en mi cuerpo y mi mente.

A través de una amiga cristiana que me ayudó a ver que ser una hacedora de la Palabra trae sanidad al cuerpo y claridad a la mente, y que a través del nuevo nacimiento podemos tener la mente de Cristo.  No ha sido un camino fácil, pero ha sido uno lleno de bendiciones y del amor de Dios.

La fidelidad de Dios:

El Señor me ha sido fiel a través de Su Palabra.  El prometió restaurar los años que la oruga se comió.  „Y os restituiré los años que comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta, mi gran ejército que envié contra vosotros” (Joel 2:25).

Es mi esperanza y ruego que yo pueda tener el privilegio de compartir el amor y la bondad de Dios diciéndole a todos los que escuchan que El tiene un plan para cada vida y que El es fiel para lograr ese plan cuando recibimos el regalo de la salvación y cuando creemos en Su Hijo Jesucristo.  „Antes bien, como está escrtio:  Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre son las que Dios ha preparado para los que le aman” (I Cor. 2:9)

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