Celso Muñiz

Desde la niñez busqué incansablemente la realidad y la certeza. En mi joven opinión, era por medio del sacerdocio que podría experimentar mejor la verdad y la salvación de mi alma. Un maestro de escuela me había dicho en una oportunidad de que “Es más difícil que un sacerdote se pierda, que una piedra flote en el agua”.

Entré al seminario para un período de doce años de estudio. Allí me entregué completamente a una vida de acuerdo con las reglamentaciones de la Iglesia Católica Romana. Hice todos los ejercicios ascéticos y también enseñé ascetismo cuando fui profesor de Ascética y Teología Mística y Principal del Seminario Metropolitano en Oviedo, España. (El ascetismo es el arte de dominar el “yo” y poner bajo control todas las pasiones, deseos y codicias mediante una severa autodisciplina y abstinencia o por medio de castigos corporales.)

Sin embargo, nunca pude lograr para mí mismo el autocontrol, la paz y la seguridad que enseñaba a otras personas a conseguir. Mi intranquilidad interior, unida a muchas desilusiones que experimenté de parte de la Iglesia Católica Romana cuando comparaba sus enseñanzas con la Biblia, produjeron un creciente conflicto en mi interior. Mientras estaba en este torbellino espiritual, los programas radiales protestantes del extranjero atrajeron mi atención. Me despertaron hambre por el verdadero mensaje de Dios, así fue que la Biblia se convirtió en luz y alimento para mi alma.

La Biblia —Fuente de verdad

Mi deseo de entender con precisión lo que había enseñado Jesús me llevó a buscar contacto con una iglesia de la que había oído hablar, una donde la Biblia era la única fuente de guía para su fe. A medida que estudiaba la Biblia y hablaba con esos cristianos, vi a Jesucristo de una manera completamente nueva—como un Salvador perfecto a quien debemos acercarnos en forma directa y personal solamente por fe.

Mientras seguía buscando en la Biblia, reconocí cada vez con mayor claridad los errores del catolicismo romano, y anhelaba experimentar el tipo de conversión de la que hablaba la Biblia. Por otra parte, como estaba muy atado a mi iglesia, quería tener esa experiencia sin dejar el catolicismo.

Sin embargo, gradualmente me convencí de que la Iglesia Católica Romana había hecho a Cristo a un lado con sus enseñanzas erróneas y su organización eclesiástica excesivamente complicada. Para mí esa fue una conclusión muy penosa a la que hube de arribar.

Jesús es la verdad y el camino

Nunca olvidaré la noche de mi conversión. Otro día de duro conflicto interior había terminado y busqué refugio en el Señor y en Su Palabra, la Biblia. No podía dormir.

No era tanto que yo tratara de orar, sino que la oración repentinamente invadió mi corazón y no la pude contener. Más que nunca antes sentí la carga y el peso de los pecados de mi vida pasada. Pensé: Soy totalmente pecador. Me sentí desesperadamente abandonado y me preguntaba si alguna vez podría salir de ese estado.

Pensé, Yo mismo no puedo liberarme; soy inútil y despreciable a los ojos de Dios. Nunca antes me había sentido tan incapaz de hacer algo bueno. Pensé en la cantidad de veces que el Señor Jesucristo había invitado a los que se sentían completamente perdidos a venir a él. Me sentí fuertemente arrastrado hacia él, porque me ofrecía perdón libre e inmerecido. Verdaderamente, Cristo había estado dispuesto a venir a sufrir el castigo de los pecados del hombre en su lugar.

Por fin, sin ningún deseo de hacer otra cosa por mí mismo, me arrojé a los brazos de mi Padre Dios, quien había dado a Jesucristo para mi salvación. Oré: “Ven a mí, Señor Jesús, me entrego a ti como mi único y suficiente Salvador personal”. Las horas pasaron como minutos. Me sentí como nunca antes completamente unido con el Señor mi Dios. Muy en lo profundo de mi ser pensé: Eres mío Señor, y yo soy Tuyo, posesión Tuya para toda la eternidad. No sé cómo ocurrió, pero es un hecho que todas mis vacilaciones, dudas y titubeos desaparecieron, y mi felicidad fue completa.

Tomé la decisión, y al enfrentarme a la elección entre Jesucristo y la Iglesia Católica Romana, elegí seguir al Señor Jesucristo no importa qué consecuencias me trajera.

Descubrí que Cristo tomó mi vida y me hizo uno con él simplemente porque confié mi alma a él. El Señor no es solamente un buen hombre que nos indica el camino, él es el Camino. El Señor no es simplemente un maestro de verdades, él mismo es la Verdad. El Señor no es un héroe que dio su vida por una causa humana, sino que es el único Salvador que es Vida para todo el que se vuelve a él.

Salvo por gracia, no por obras

Como profesor de Teología Ascética, estudié el dominio de uno mismo y el control de las pasiones humanas. Como parte de mis estudios investigué los métodos empleados por otras religiones, como los monjes budistas por ejemplo. Pronto me convertí en un experto en todos los métodos inventados por el hombre para lograr la santidad en vida. Es por eso que tiene gran significado que como estudioso volviera a los mandamientos de Dios: Su verdad.

Al hablar de mi experiencia, con frecuencia he utilizado el siguiente ejemplo: Cuando comprendí la total depravación de mi naturaleza humana, me sentí como un náufrago que ve la luminosa costa en la distancia. Si sólo pudiera llegar a la orilla, estaría a salvo. La costa no parece estar muy lejos, pero eso es solamente porque las cosas parecen más cerca cuando se las ve desde el agua. El hombre comienza a nadar, al comienzo va muy bien, pero a medida que se aproxima a la orilla, una corriente lo arrastra repentinamente mar adentro.

Lucha por volver todo el trayecto, tiene que lograr superar las corrientes y las olas o morirá. Lo intenta una y otra vez pero no lo logra. Al final tiene que admitir la inevitable conclusión: la ley de la naturaleza no le permitirá llegar a la meta. Desesperado y destrozado, no le queda otra cosa que esperar el fin. Esta es la experiencia del hombre que descubre la inutilidad de su poder humano para encontrar a Dios y agradarle, del hombre que se da cuenta que nunca podrá salvarse a sí mismo del Juicio Final.

En la costa eterna mora un Dios santo, y ese Dios santo mantiene su santidad y sus mandamientos. Son como las grandes corrientes y olas que rodean la costa eterna, y el hombre no las superará nunca por sus propios esfuerzos porque es muy débil y pecador por naturaleza.

Para extender la figura, imaginemos que repentinamente se ve despegar de la costa un helicóptero. ¿Verá el piloto al hombre que se está ahogando? Se acerca al lugar donde el solitario hombre está luchando desesperadamente contra las olas. Entonces lo levanta del agua y lo lleva por sobre las olas y la revuelta superficie del agua hasta la costa segura.

Este es un cuadro perfecto de lo que ha hecho Jesucristo. Estaba sentado desde la eternidad a la derecha del Padre. Luego vino a este mundo para salvarnos. Entró en la superficie revuelta de la ira de Dios al sufrir el castigo del pecado en la cruz del Calvario. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21). Ha visto incontables veces al pecador luchando con las olas de la ley de Dios—y le ha extendido su mano salvadora. Toda persona perdida que ha confiado y creído totalmente en su Palabra ha sido sacada del océano de condenación y puesta en una nueva vida.

Nunca podremos encontrar la salvación mientras una parte de nosotros confíe en lo que Cristo ha hecho para quitar el castigo por el pecado, y otra parte nuestra siga confiando en los sacramentos, las indulgencias y en nuestras propias buenas obras. La verdadera salvación viene cuando confiamos plenamente en Jesucristo.

“De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham. Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá; y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas. Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)” (Gálatas 3:9-13).

Celso Muñíz

Durante muchos años fue profesor en la Universidad de Amsterdam, pero ahora está jubilado. Su esposa falleció en 1995. Su celo por las cosas del Señor es bien conocido a sus hermanos en Holanda.

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