Víctor J. Affonso

Por qué integré la Compañía de Jesús

A la edad de 23 años, era yo un exitoso artista comercial a punto de viajar al exterior donde me esperaba un trabajo. Estaba contento ante la perspectiva de dejar la India y a la vez escapar de la terrible angustia que me causaba ver la miseria de los pobres en las calles de Bombay.

Salvadores políticos como Gandhi y Nehru habían fracasado en dar verdadera libertad y justicia a la mayoría pobre de la India. Los asesinatos y las divisiones amenazaban a la India “independiente”, y aún lo hacen hoy. Todos los trabajos sociales eran apenas gotas de agua en el desierto.  Pero había todavía una solución: las palabras de Jesús seguían viniendo a mi mente mientras oraba, “. . . porque todas las cosas son posibles para Dios” (Marcos 10:27). “¡No huyas!” Otro día escuchaba las palabras: “Sigue a mi Hijo –Jesús”. Esta palabra finalmente me llevó a dejar el mundo y unirme a la Compañía de Jesús, una orden misionera que prometía, por su mismo nombre, sus “Ejercicios Espirituales” y su Constitución, servir a Jesús a cualquier precio y llevar a todos los hombres a conocerlo a él, su paz y su justicia.

Llevar el Evangelio a la India

Cuando me uní al grupo mi intención era conocer a Jesús íntimamente, estudiar y obedecer su Palabra, estar completamente libre de estorbos exteriores, incluso una muchacha que amaba, para poder seguirlo incondicionalmente. Como Pablo, quería predicar el evangelio y llevar la India a Cristo. La miseria de la India me dolía, y tenía la esperanza de que con otros cristianos completamente comprometidos podría ayudar a conducir el pueblo de la India a Cristo, para que fueran salvos espiritual y socialmente, y vivieran verdaderamente como hijos de Dios. Sólo entonces la India experimentaría la plena providencia y justicia del Padre para su pueblo.

Cuando estudié medios de comunicación y pensé en la Universidad de San Javier tenía ese mismo propósito: llevar el evangelio a la India. Hoy estoy agradecido de que esta visión para la India no solamente persiste sino que está todavía más viva y más cerca de su cumplimiento. Esta es mi fe; veo a Cristo Jesús logrando su ya ganada victoria por medio de su “pequeño rebaño” de gente común, “nacida de nuevo” y llena de poder por su Santo Espíritu. Este es su cuerpo visible en la tierra, la iglesia cristiana. La Palabra de Dios dice que es Dios mismo, a través de Jesucristo, quien soberanamente “… traerá justicia a las naciones… por medio de la verdad traerá justicia. No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia; y las costas esperarán su ley” (Isaías 42:1-4).

“Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos” (Colosenses 1:19 y 20). Por eso, cuando ocurra, TODA la alabanza y la gloria de la liberación de nuestro pueblo será para Dios por medio de Cristo Jesús. Los hombres no son otra cosa que siervos indignos e inútiles, porque para el hombre es imposible salvar al pobre, pero “… para Dios todo es posible” (Mateo 19:26). ¡Si sólo creemos en Aquel a quien él ha enviado: Jesús!

El factor de misión

Durante la época de mis estudios, unos largos 14 años, mis superiores y compañeros jesuitas también parecían tener la misma misión, y dedicaban sus vidas a la misma meta, conocer y servir a Jesús, y proclamarlo al mundo entero para que los hombres se hagan sus discípulos. Yo era uno de esos raros, privilegiados, jesuitas que podían viajar y vivir en el exterior para estudiar y tenía libertad para actuar responsablemente. Como hombre me sentía satisfecho. Sin embargo, algo muy importante me faltaba. No podía satisfacer el hambre de mi alma de experimentar a Jesús, el Señor Resucitado, como lo habían experimentado los sencillos y analfabetos hombres en la primera iglesia apostólica, descrita en las Escrituras.

A comienzos de los 60 y 70, cuando estudiaba en el exterior, viví en las Filipinas y en muchos otros países de Europa, y más tarde en los Estados Unidos. Observaba el éxodo y el vaciamiento de las iglesias católicas romanas en Europa, y en los 70 cuando estudiaba en España. Sólo el 6% asistía a la misa del domingo. Más tarde, en Los Angeles, Estados Unidos, vi la doble vida de los católicos del domingo, incluyéndome a mí mismo y a otros sacerdotes y monjas. Me cuestionaba mi cristianismo, importado del oeste, y me preguntaba si Jesucristo y la Biblia no serían puras fábulas por las cuales estaba dando mi vida en vano.

La iglesia se abre para aceptar el hinduismo

No había experimentado ninguna otra iglesia salvo la Católica Romana. Tenía lavado el cerebro para creer que era la única iglesia verdadera, fuera de la cual no había salvación. El Concilio Vaticano II había cambiado un poco el énfasis, pero no del todo. Los protestantes, aunque se les llamaba “hermanos” y a sus iglesias “comunidades eclesiásticas” todavía eran tratados como herejes y sus iglesias eran imperfectas, “incompletas”. Yo me mantenía fielmente anti protestante, y evitaba cualquier contacto con sus enseñanzas y programas de televisión heréticos. Por otra parte, los jesuitas de la India me instaban a ser más abierto con los no cristianos, hindúes, musulmanes –incluso llamarlos “hijos de Dios”, y a estudiar sus religiones para poder tener “diálogo”, lo que significaba comprometerse únicamente en la apreciación de las religiones pero evitar cualquier intención de convertirlos a Cristo.

Profesional pero perdido

En 1971, mientras estudiaba en California, estaba envuelto por una atmósfera de hippies, gurúes, drogas, divorcios, hedonismo sexual y perversiones de todo tipo. Todo mi aconsejamiento psicológico, y mis oraciones, no estaban ayudando en absoluto a “los pecadores”. Me sentía impotente. Por esa época miles de sacerdotes y monjas estaban abandonando la iglesia en los países occidentales. Otros, como yo, se estaban volviendo profesionales en los medios, en consejería psicológica, o en programas sociales, para justificar nuestra vocación sacerdotal e intentar salvar el mundo por cualquier método, excepto “… el evangelio… poder de Dios para salvación” (Romanos 1:16).

Ya tenía diecisiete años de jesuita, y estaba al final de mis treinta, equipado con varios títulos universitarios y una “tarjeta verde” para la residencia permanente en los Estados Unidos. Consideraba la posibilidad de dejar, al igual que otros, el impotente y apático sacerdocio. Pero, por las dudas hubiera un cielo y un juicio, me mantendría católico de domingos para pagar mi seguro celestial. Exteriormente, para los católicos, yo aparentaba ser un eficiente y popular sacerdote que estudiaba cine y televisión en la Universidad de California en Los Angeles y vivía la vida “juppie” en la iglesia de San Martin de Tours, en Brentwood, cerca de Beverly Hills y Hollywood. Me mezclaba con estrellas favoritas y sus fiestas de salón y nunca me sentía discriminado por esta parroquia “blanca”. Por el contrario, me sentía querido y, hablando materialmente, era muy feliz. Con una buena pero engañada conciencia, también creía en los horóscopos, enseñaba ejercicios yoga en las residencias universitarias norteamericanas, sin saber que la Biblia prohibe estrictamente las actividades ocultistas en las que había incursionado. ¡Necesitaba ayuda!

Sin que yo lo supiera, algunos cristianos, a quienes había acusado y contra quienes había predicado tachándolos de Protestantes “fundamentalistas”, estaban orando para que yo fuese librado del engaño. Ellos oraron y yo recibí la gracia de llegar a un punto de confusión y desesperación en relación a mi fe y a mi vocación, y clamar al Señor, “¡Oh, Dios, muéstrame si eres verdadero, si Jesús es tu Hijo, y si la Biblia es tu verdadera Palabra!”

Punto crítico

En 1972, precisamente el domingo de Pentecostés, el Señor me salvó dramáticamente. Me había preparado para predicar un sermón sobre el Espíritu Santo para repetirlo en cinco misas consecutivas en Brentwood. Pero no tenía ninguna fe en lo que predicaba.

Mi espalda se estropeó esa mañana temprano por primera vez en mi vida, y no prediqué. Una ambulancia me llevó de prisa al Hospital San Juan. Un cirujano ortopédico conocido me diagnosticó una escoleosis congénita grave en la columna y la necesidad de cirugía mayor. Estaba tirado sobre la espalda, contraído, dolorido, y confuso. El Señor hizo que unos cristianos vinieran a mi cuarto y oraran por mí. En contra de mi voluntad pusieron sobre mí sus manos y mientras yo sufría pacientemente su estupidez, traté de perdonar a esos “herejes” mientras comenzaban a orar. Suspiré y dije para mis adentros: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. . .”.  Pero, a sumanera, el Señor había escuchado mi clamor, y estaba contestando por medio de Sus siervos, precisamente a quienes yo rechazaba. Desde ese día el Señor abrió mi corazón para conocer a Jesús como mi Salvador y Señor personal, asegurándome de la salvación aquí y ahora de una manera que nunca antes había experimentado. Ahora entendía la gran diferencia entre experimentar a Jesús como mi Salvador personal después de “nacer de nuevo”, y conocerlo como católico romano que había dejado todo para trabajar por Jesús como religioso pero aún no seguro de su salvación y su destino para mí después de la muerte. Las palabras no pueden describir esta maravillosa experiencia de Jesús como mi Salvador.

El Señor me abre los ojos

Durante ese mes en el hospital las escamas cayeron lentamente de mis ojos. El Señor Resucitado quitó soberanamente de mi corazón las dudas y la confusión acerca de la realidad de suresurrección y de la vida eterna. La Biblia, que una vez me había esforzado por estudiar como conocimiento profesional, ahora se convirtió en una verdadera revelación de la vida espiritual para mí. Podía entender fácilmente la Palabra, disfrutarla, y recordarla.

La Iglesia Católica Romana siempre ha considerado la Biblia como su Libro. La Iglesia Católica Romana afirma que la iglesia, a la cual identifica como ella misma, existió antes que las escrituras del Nuevo Testamento, y que ella ayudó a definir el canon de la Biblia. En consecuencia, afirma que para juzgar la doctrina apostólica permanente la norma final no es la Escritura sola (Sola Sriptura) sino más bien la Escritura y la tradición (de la Iglesia Católica Romana). Los católicos están obligados a creer finalmente lo que el Magisterio de la Iglesia Católica Romana declara oficialmente como verdadero. Los cristianos, sin embargo, creen que las Escrituras debieran ser la norma última para juzgar las doctrinas. Esto aparece en la Biblia: Jesús y los autores apostólicos del Nuevo Testamento siempre se referían a las Escrituras del Antiguo Testamento para verificar su enseñanzas y acciones. Jesús dijo:

“Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos” (Lucas 24:44)

Pablo escribió:

“Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. . .” (Romanos 1:1-3)

Cuando Pablo predicó: “Y éstos [los creyentes de Berea] escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hechos 17:11).

Es el Espíritu Santo el autor y quien finalmente editó y completó la Biblia. Sus Escrituras advierten a todos los maestros: “No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella. . .” (Deuteronomio 4:2). Cualquier enseñanza, o “dogma infalible”, que agregue, sustraiga, o niegue las Escrituras, debe ser rechazado, incluyendo el purgatorio, la inmaculada concepción, la adoración de los elementos transubstanciados, la infalibilidad del papa, etc. Jesús habla firmemente contra esas “tradiciones” y sus maestros: “. . . invalidando la Palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido. Y muchas cosas hacéis semejantes a éstas” (Marcos 7:13).

La gracia – el libre don de Dios

La gracia, el libre don de Dios que me permite creer en Jesús y tener la vida eterna, no se puede ganar con las “obras” que hace el hombre por sí mismo o por otro. Sin embargo la Iglesia Católica Romana afirma la mediación esencial de los obispos, sacerdotes y “obras sacramentales” para la recepción de la gracia para salvación. Esto va en contra de la Escritura que dice: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2: 8 y 9).

Las Escrituras enseñan que Jesús es el único Salvador. Solamente él pudo morir y derramar su sangre divina en el Calvario para perdonar los pecados de los hombres y terminar con la muerte eterna. El, el Señor Dios, vino a darnos libertad y salvación: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36). Pablo no permitía que ni siquiera él mismo ni un ángel del cielo pervirtiera el evangelio que estaba predicando (Gálatas 1:8):

“. . . pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, sabiduría de Dios” (1 Corintios 1:23 y 24).

 “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Romanos 1:16).

La razón por la que los católicos no pueden entender ni proclamar este evangelio es que no están abiertos para recibir esta convicción cuando son reprendidos por el Espíritu Santo, ya que han recibido un lavado de cerebro por parte del sistema católico romano para quedar inmersos en la salvación por las obras humanas, y se mantienen ignorantes de la verdad del evangelio en la Biblia. Jesús prometió “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, porque no creen en mí” (Juan 16:8 y 9).

El evangelio y la comisión de Jesús están siendo negados hoy en día por clérigos que no tienen el poder del Espíritu Santo (y probablemente no sean nacidos de nuevo). En lugar de ello están originando “iglesias muertas” por medio de “las buenas obras” y los rituales (sacramentos), “amuletos” (escapularios, medallas) y “mantras” (cantos, novenas, rosarios), cosa que los paganos hacen igual o mejor. Como está escrito, “Concebimos, tuvimos dolores de parto, dimos a luz viento…” (Isaías 26:18).

Creo en las verdaderas Buenas Nuevas

Cuando tuve la experiencia de “nacer de nuevo” en el hospital, el Espíritu Santo me convenció de mis pecados, algunos de los cuales antes creía que eran virtudes. Había dependido de mis “obras” y “los sacramentos de la iglesia” para lograr mi salvación. Pero ahora sabía que sólo había “dado a luz viento”. Me arrepentí y creí en las VERDADERAS BUENAS NUEVAS: que Jesús lo había hecho TODO por mí, de una vez por todas, por su único sacrificio en la cruz. La única manera de ser salvo era arrepentirme y simplemente creer en Jesucristo como mi único Salvador y Señor.

El Señor también me convenció de que había peleado contra muchas personas. Siempre me había jactado de ser un sacerdote amistoso y perdonador que amaba a todo el mundo, incluyendo hindúes, musulmanes, enemigos y pecadores, dando mi vida para convertirlos a la iglesia Católica para salvación. Pero ahora escuchaba una clara voz interior del Espíritu Santo convenciéndome de mis modos poco amables y de haber juzgado erróneamente a muchos cristianos como “herejes”. De repente lo vi. No tenía ningún amor por los “protestantes”. Por prejuicio y temor había evitado a los “herejes” y sus programas de televisión, y advertido a los católicos contra las Biblias y los escritos protestantes. Me arrepentí. Fue un gran milagro de la gracia de Dios. Años de prejuicio se disolvieron y repentinamente ansiaba conocer a mis hermanos y hermanas cristianos por tanto tiempo perdidos. Fue como si una pantalla negra fuera quitada de mi corazón y mi mente y mis ojos podían ver claramente la verdad. Experimenté tan grande gozo por la salvación que los pacientes de la siguiente sala del hospital preguntaron por qué estaba tan feliz. El amor por Jesús ardía dentro mío con un nuevo celo por volver a la India y una fuerza para proclamar el evangelio a todo el mundo.

Dios sana

Se me concedió la gracia de creer en mi sanidad. Confiaba en que mi experto cirujano podía “con algunos riesgos” sanar mi espalda. Pero quería tener un testimonio del Jesús viviente quien declara, “Yo soy… el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Apocalipsis 1:18). Fui sanado milagrosamente de la escoleosis sin cirugía, para el asombro del cirujano. Mi columna, que había adquirido la forma de una “s”, quedó derecha como una barra en el lapso de un año. Esto fortaleció mi fe y mi proclamación.

Nueva vida, nuevo celo

Me lancé a todas las iglesias, comenzando por algunas protestantes, y encontré tanto amor entre estos hermanos cristianos cuando confesaba al Señor Resucitado: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8). El es fiel y verdadero.

“Pacientemente esperé a Jehová,

Y se inclinó a mí, y oyó mi clamor.

Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso;

Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos.

Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios.

Verán esto muchos, y temerán, y confiarán en Jehová”. (Salmo 40:1-3).

El Señor ha respondido a mis preguntas. Jesucristo está verdaderamente resucitado y vive, ¡y está obrando! ¡Viene pronto! “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por siglos” (Hebreos 13:8). Y está con nosotros tal como estaba con los santos de la iglesia apostólica, y con Josué y los santos del Antiguo Testamento.

Alguien había orado con fe por mí y yo había recibido la gracia para clamar al Señor, y “la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús” (1 Timoteo 1:14). De la misma manera voy a seguir orando por todos aquellos que están engañados como estaba yo cuando no sabía dónde ir. Oro para que el Señor escuche su clamor y puedan ser llenos de gozo y reciban el poder para ser testigos de Cristo. Oro esto especialmente por los jesuitas y los católicos de la India, para que nuestra nación sea pronto librada de todo mal por la sangre de Cristo Jesús. ¡Algún día esta visión se hará realidad! Y Jesús, la Verdad, prevalecerá.

La verdadera iglesia sostiene la Biblia

La jerarquía Católica Romana me había pedido que dejara de enseñar porque había admitido públicamente que algunos de sus principales dogmas y prácticas eran contrarios a la Palabra de Dios en la Biblia, haciendo de ella una religión separada de la única y verdadera iglesia de Cristo Jesús. La verdadera iglesia consiste en creyentes que sostienen la Palabra de Dios sin descaradas perversiones.

Convertido por la Palabra y el Espíritu

Con la mejor de mis capacidades siempre había respetado y obedecido a los líderes de la Iglesia Católica Romana como al Señor, pero ahora mi conciencia me convencía que si permanecía bajo la autoridad y la supremacía Católica Romana, me vería obligado a admitir enseñanzas que eran falsas y a mentiras que venían del espíritu del anticristo. En Juan 8:43-44, Jesús reprendió a los fariseos y les preguntó:

“¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso y padre de mentira”.

Estas características eran evidentes en la Iglesia Católica Romana durante la Inquisición y la matanza de los reformadores. Las falsas doctrinas no han sido cambiadas en absoluto en el Vaticano II. Este Concilio reafirmó plenamente a Trento. A los católicos se los estimulaba y estimula todavía a aceptar las religiones falsas como igualmente “salvíficas”.

El Cardenal de Bombay y los líderes de la iglesia me instaban a no dejar la Iglesia Católica Romana. Yo los amaba. Me habían apoyado totalmente en el trabajo que estaba haciendo en la India. Escribí al cardenal e incluso al papa y al provincial jesuita explicando en detalle y con respeto que: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).

Me partía el corazón tener que dejar a la gente de la Iglesia Católica Romana, con todos mis amigos y familiares, y no poder enseñarles las Buenas Nuevas de la Biblia. Que el Señor en su soberanía los bendiga con su Verdad y libere a los presos para que sigan a Jesús sin condiciones. Lo pido en nombre de Jesús.

En 1993 me casé con Julie Laschiazza Baden, de Brentwood, Los Angeles, que había ministrado conmigo para la salvación de las almas por medio del Espíritu Santo en las iglesias católica romanas por todo India y los Estados Unidos. Dios la ha bendecido con un poderoso ministerio. Juntos fundamos el ministerio Cornerstone International en India y Estados Unidos para entrenar creyentes para orar y trabajar por el poder del Espíritu Santo y usar de los medios de comunicación masiva para que la India conozca a Jesucristo.

Posdata sobre la contaminación doctrinal actual

Soy plenamente consciente de las dificultades que hay también en las iglesias protestantes, algunas de las cuales han caído presa de la misma trampa de contaminación doctrinal, humanismo secular, pluralismo y sobre todo el materialismo cristiano que predica el “evangelio de la prosperidad” y el mesianismo político. En muchos países cristianos ricos y poderosos, reina supremo el dios mamón. Predicadores y “sanadores” llamándose a sí mismos “nacidos de nuevo” y “llenos del Espíritu Santo”, están haciendo del trabajo de evangelización un negocio en la Casa del Padre.  Mientras señalan el poder y la prostitución del Vaticano, ellos también se están construyendo sus propios vaticanos y convirtiéndose en poderosos “papas infalibles” en sus propias estaciones de televisión o en sus grandes instituciones, templos y centros de entretenimiento cristianos. Sus propiedades de millones de dólares les impiden abandonar sus cómodos hogares para visitar estaciones misioneras más pobres y problemáticas incluso en su propio país. Algunas de las llamadas iglesias Carismáticas y Pentecostales han sido seducidas a buscar los signos y maravillas por medio de sofisticados poderes ocultos propios del potencial humano y su mal concomitante: la idolátrica deificación del yo.

Si necesita oraciones o cualquier tipo de ayuda para seguir a Jesús sin condiciones, o para tener parte en su ministerio puede escribirnos a Cornerstone International.

Victor J. Affonso

Nacido en la India, Victor J. Affonso actualmente se mantiene muy activo pasando la mitad del tiempo cada año en los Estados Unidos y en la India. Su corazón es el de un evangelista. Su presencia se siente en predicar y testificar en los Estados Unidos y en cuidades y pueblos alrededor de Bombay y Gaón en la India. Es el fundador y director de Cornerstone International. Puede escribirle a:

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