Miguel Carvajal

Eran las cuatro de la mañana. Puse la mayor cantidad posible de ropa y otros artículos en una maleta. Había tomado la decisión de dejar el monasterio. Abrí con cuidado la puerta de mi habitación sin encender una luz, porque podría resultar peligroso que me descubrieran saliendo furtivamente del monasterio.

Fui a una iglesia católica de un pequeño pueblo. No sabiendo qué curso seguir, entré a la iglesia. El candelabro ardía frente al altar principal. Caminé en puntas de pie por la nave, y allí decidí seguir por una puerta lateral que conducía a un patio silencioso. No tenía a dónde ir, y pensaba que tal vez lo privado del lugar me daría tiempo para pensar el siguiente paso. Me había quitado el hábito franciscano y vestía ropa civil.

Me convertí a los 32 años. Ahora me siento feliz en mi relación con mi Salvador. Me dieron el nombre de Fraile Fernando mientras estaba en el monasterio, pero ahora tengo mi verdadero nombre, Miguel Carvajal. Antes de explicar mi conversión, éste es el orden de los acontecimientos. Luego de dejar el monasterio, brilló para mí un nuevo día de libertad. Había llegado a la encrucijada de la vida y cerrado la puerta a la oscuridad detrás de mí. Me había decidido finalmente que tomaría el camino de la vida.

La fría incertidumbre del futuro

Deben saber que no fue asunto fácil cerrar la puerta tras mío. Surgieron dudas; la lucha fue grande, pero no debía volver a la esclavitud de la iglesia católica. Todo eso ocurrió mientras estaba todavía en ese patio. Cuando salí de allí y pisé la calle del pequeño pueblo, el viento helado del volcán Cayambe, de seis mil metros de altura, casi me paralizó el cuerpo. El frío y el temor al futuro me invadieron.

Había encontrado la libertad, pero mi problema era dónde ir ahora. Miré por última vez la pequeña ventana de mi cuarto en el monasterio, recordando las dudas, luchas, oraciones y el estudio en busca de paz para mi alma. Las paredes del monasterio eran testigos de mi desesperación cuando estaba confundido, y pensaba que tal vez Dios no perdonaría jamás mis pecados. Encontraba que los sacrificios y el ayuno no bastaban; lo único que daría resultado sería la experiencia del nuevo nacimiento. “Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto os digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3).

Crucé la plaza del pueblo, sabiendo que el obispo y los sacerdotes vivían allí y no debían verme. Mis pensamientos se dirigían hacia el futuro, y caminé rápidamente por las calles vacías. Estaba cansado y tenía la respiración entrecortada mientras subía y bajaba las lomas con mi maleta al hombro. Me dirigía a la casa de mi madre en Quito. Escuché las campanas de la iglesia del pueblo que había dejado. Afligido, me senté y lloré. La tentación de volver casi me agobiaba. El sol estaba saliendo en el cielo ecuatorial.

Había vivido diez años en el monasterio. Pensaba en los estudiantes, sacerdotes y monjes del monasterio y en cómo había compartido con ellos todos los problemas de la vida, había conocido a los monjes buenos y a los malos, sus deseos, conversaciones y secretos, y en la escasa ración de comida que compartíamos. Ansiaba que algunos de ellos hubieran venido conmigo, el camino parecía muy solitario. Por supuesto, de hacerlo hubieran tenido que enfrentar la ira de la iglesia católica. Si se iban, también ellos tendrían que enfrentar las luchas de la vida, la presión espiritual y las amenazas de la iglesia.

Familia herida

Para dejar la iglesia católica uno debe estar dispuesto a aceptar el rechazo de la familia, de los parientes y amigos, y toda clase de críticas, y enfrentar una vida incierta sin empleo. Una montaña de pruebas y frustraciones se presentan ante el nuevo creyente, pero tenemos una promesa en la Biblia que nos guía: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). Preferí dejar la iglesia y ser independiente. Estaba cansado de la hipocresía y de una religión sin espiritualidad.

Finalmente llegué a un pequeño pueblo y me encontré sin dinero en la estación del ferrocarril. Como había sido sacerdote y viajaba ahora en ropa civil, no debía ser reconocido por el público. Sería muy desconcertante para la gente ver un sacerdote que—según lo entenderían ellos—había caído tan bajo. Por eso, caminé durante dos horas hasta Quito, la capital de Ecuador, y el hogar de mi madre.

El llanto de mi madre

Mi madre lloró cuando supo que había dejado el monasterio. Ella no podía entender cuánto anhelaba encontrar al Salvador. Esa fue otra tentación. Decidí seguir siendo católico para complacer a mi madre, pero no regresar al monasterio.

Había estado tanto tiempo en el monasterio que me resultaba difícil ajustarme a la vida de afuera. Las costumbres de la gente son muy diferentes a las de los sacerdotes. Me sentía miserable y deprimido. Decidí buscar placer en las pasiones mundanas de la juventud, como beber, fumar, bailar y visitar lugares de baja reputación. No pensaba que eso estaba mal, porque esas cosas se perdonaban en el monasterio. Encontré trabajo como docente en un colegio católico, el que duró dos meses. Decidí seguir estudiando, pero Dios conocía mi corazón y mis planes fueron frustrados.

Tenía un amigo que trabajaba en la estación radial HCJB Me escribió testificando de la salvación en Cristo. Me burlé de ello y le dije que los sacerdotes sabían más sobre lo que era mejor para la gente. Se me había enseñado que la iglesia protestante era mala. Un sacerdote que era mi profesor de historia en el monasterio me envió el mensaje de que si regresaba no se diría nada sobre mi partida.

Nueva criatura en Cristo

A los cristianos se les llamaba evangélicos. Una tarde estaba conversando con una de las muchachas evangélicas. Hablamos alrededor de dos horas, sobre el Señor y el camino de la salvación.

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:16-18) y “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31).

Fue en ese momento cuando creí y acepté a Jesucristo como mi Salvador personal y me convertí en una nueva criatura. Mi vida cambió, y por primera vez en mi vida experimenté la verdadera salvación del nuevo nacimiento.

Estaba absolutamente contento. Los vecinos comenzaron a ridiculizar a mi madre y decían que yo había perdido la razón. Querían obligarme a volver a la iglesia católica. No sabían que para mí todas las cosas eran nuevas.

La tentación de volver

La iglesia católica estaba celebrando la Semana Santa una vez más. Me sentía confundido. La antigua vida me causaba dificultades en ese momento. Esto fue en abril de 1960. Decidí ir a Guayaquil aunque tenía muy poco dinero y no conocía a nadie allí. En Guayaquil me enfermé de malaria. Me vino a la mente la idea de volver a la casa de mi madre y al monasterio como hijo pródigo. Pero Dios envió a uno de sus siervos fieles que me llevó a su hogar y cuidó de mí.

Lo que quiero compartir con Ustedes

Cuando mejoré comencé a trabajar y a servir al Señor y estudiar en el seminario. Ahora estoy contento de poder predicar la salvación del Señor y servir en la Iglesia de Berea en Ecuador. Quiero leer con ustedes las palabras del Señor en la Biblia en Juan 6:47: “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna” . El significado es muy claro. Sin embargo, creer solamente en Cristo es difícil porque para hacerlo primero debemos renunciar a todas las falsas tradiciones humanas y religiosas, y depositar nuestra fe exclusivamente en Jesús. Sobre la base de su sacrificio completo, tenemos vida eterna. Es muy importante que el católico conozca el Evangelio como se lo declara en 1 Corintios 15:3-4: “Porque primeramente os he enseñado lo mismo que recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”. Si cree verdaderamente que Jesucristo pagó completamente por sus pecados, y confía en él de todo corazón, entonces es libre del pecado y tiene vida eterna.

Miguel Carvajal es pastor de una iglesia evangélica en Quito, Ecuador. Enseña sobre consejería matrimonial en un seminario local. Está involucrado en programas de radio en español desde HCJB, “La Voz de los Andes” en Quito. También viaja a las aldeas indígenas para predicar el evangelio de la salvación. Su compasión para que los católicos conozcan la verdad se ve en la versión en español del videocassette “Catolicismo: Una fe en crisis”.

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