Joseph Lulich

Me llamo Joseph Lulich. Estoy realmente contento de poder compartir con ustedes lo que la gracia de Dios ha hecho en mi vida. Les hablo como anciano que ha vivido la mayor parte de su vida como ex sacerdote católico romano, y que una vez sirvió fiel y sinceramente a la iglesia romana durante catorce años, y que luego sirvió como misionero usado por Dios para llevar su glorioso Evangelio a una parte de nuestro mundo necesitado.

Nací en el extremo este de Italia del Norte, donde viví durante mi niñez. Crecí conociendo los horrores de la Primera Guerra Mundial, y el temor al futuro se apoderó de mí. A los doce años mi padre me llevó a un monasterio para mi educación. Recuerdo muy bien la despedida de mi familia. Era muy joven, pero en mi corazón tenía un fuerte deseo de encontrar paz para mi alma, llegar a ser sacerdote y así poder ayudar a otros en sus necesidades físicas y espirituales. Pasaron quince años.

Un sacerdote desilusionado

Había pasado todo el tiempo en estudio, oración y buenas obras, para llegar a ser sacerdote. Pero cuando me llegó la hora de decir mi primera misa en mi tierra natal, me sentí amargamente desilusionado. La paz con la que había soñado no estaba en mi alma. Estaba técnicamente bien preparado: filosofía, teología, preparación médica, idiomas, capacidad para soportar pruebas físicas y espirituales, éste era mi equipo.

Fui ordenado sacerdote, y estaba preparado para servir en la iglesia Católica el resto de mi vida. Había experimentado la agonía por la que pasara Martin Lutero. Había pasado muchos meses de largos ayunos, oraciones, etc., pero nada de eso me daba la seguridad de que mis pecados habían sido perdonados. Tenía temor del infierno y del purgatorio, pero la enseñanza teológica de mi iglesia no me permitía las dudas. Tenía que aceptar su infalibilidad y autoridad y confiar en ella como el único medio de salvación.

Estando en contacto con otras almas necesitadas que venían a mí en busca de consuelo, me sentía incapaz de hablar en nombre de Cristo.

Segunda Guerra Mundial

Muchas veces en el campo de batalla o después de un bombardeo, olvidaba elevar mis manos y decir “Te absuelvo” a los soldados o civiles moribundos a quienes ministraba. Solía recordarles al Cristo crucificado, su Redentor. Mirando atrás, veo que tal vez yo era como el profeta Balaam, que hablaba guiado por el Espíritu, sin saber lo que decía. En realidad toda esa conducta mía estaba en conflicto con mi conciencia, y me sentía culpable de traicionar lo que me habían enseñado. Recuerdo haber compartido esto con otro sacerdote; se sintió desilusionado porque yo no ejercía la autoridad de mediador que me había conferido la iglesia.

Después de la guerra

Después de la guerra estuve bajo la Yugoslavia comunista. No necesito contarles el sufrimiento físico que tuve que soportar, pero el terror a la muerte estaba conmigo noche tras noche. Cada noche algunos de mis compañeros eran llevados con destino desconocido. Sentía que si debía morir en manos comunistas, sería un mártir de la iglesia Católica, pero esa idea no me daba luz ni ayuda en mi incertidumbre respeto al perdón de pecados. Solía orar:

“Bendita Santa María, Madre de Dios, ora por mí ahora y en la hora de mi muerte”, pero el temor al juicio de Dios, al infierno y al purgatorio estaban constantemente conmigo.

Algunos meses después huí al norte de Italia donde pasé tres años trabajando con gente pobre. Organicé un grupo de mil personas sin hogar y sin trabajo. Tenía a mi cargo 200 niños, la mayoría ilegítimos, a quienes proveía de alimento, ropa y escuela. La gente estaba resentida contra el papa, los obispos y la iglesia, pero a mí me querían –no como sacerdote, sino como hombre bueno y honesto. Confiaban en mí y me escuchaban, a pesar de que habían apedreado al obispo de una ciudad vecina cuando trató de visitarlos. Recuerdo una oportunidad en que estaba hablando en una misa al aire libre, entre los oyentes había más de veinte mujeres de la noche, algunos comunistas, y muchos otros que vivían en pecado. Leí el relato de la mujer adúltera, a quien Jesús dijo: “Vete, y no peques más”. Se sintieron tocados, y lo mismo yo. Comprendí que sólo Jesús podía perdonar sus pecados, no yo como sacerdote. Los invité a hacerlo, y recibieron la comunión de mis manos. Pero yo sabía que era culpable contra las enseñanzas de mi iglesia. No podía dormir. Pero la vida de mi gente estaba cambiando. Los periódicos solían traer informes diarios de los crímenes cometidos por las personas que yo atendía, pero después dejaron de hacerlo. Recuerdo una noche que los jóvenes cantaban “Cristo Reina”.

Contacto con protestantes

En 1950 me designaron capellán de un vapor de línea oceánica que llevaba italianos por todo el mundo. Viajé a Asia, Africa, Indonesia, Australia. Seguía luchando en mi alma, pero pensaba que esa lucha era obra del diablo. Fue entonces que estuve en contacto con protestantes por primera vez. Se me había dicho que las ramas cortadas de Cristo no daban fruto, y que los protestantes eran esas ramas. Pero yo podía ver muchos buenos frutos entre los protestantes. Nunca olvidaré una Navidad en medio del Océano Indico. No lograba organizar un coro, de modo que cinco muchachas protestantes me preguntaron si podían cantar algunas canciones. Todos los católicos se sintieron conmovidos, y yo más que ellos. El conflicto en mi espíritu crecía cada vez más. Mi fe y confianza en la iglesia Católica estaba socavada. Tenía que renovar mis estudios.

Verdad y vida solamente en Cristo

Para comprender mis temores y dudas, deben recordar que como sacerdote católico no debía tener nada que ver con protestantes, y yo temía que me acusaran y me enviaran a pudrirme en algún monasterio en el desierto. Las tremendas tormentas que había experimentado en alta mar en el Atlántico eran nada en comparación con la tormenta que se había desatado en mi alma. Ya no creía en la autoridad de la iglesia, pero ¿dónde podía encontrar seguridad? La Palabra de Dios vino a rescatarme, ofreciéndome esa fuente espiritual de poder y coraje para enfrentar el mundo, cuando por medio de unas sencillas palabras de Jesús, el Espíritu Santo iluminó mi alma y me dio la paz del perdón de pecados y ese gozo que solamente Dios puede dar al que cree que “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). Mi confianza en Jesús para mi salvación dio nueva dirección a mi vida. Solamente Cristo podía ofrecerme la verdad, y solamente en él podía yo hallar vida, gozo, paz y propósito. Tuve que dejar a los oficiales y a la tripulación que me amaban, pero ellos también estaban desilusionados con mi decisión. Tuve que evitar a mis superiores, familiares y amigos. Habiendo sido excomulgado por la Iglesia Católica Romana, carecía de dignidad y de trabajo, y se me cerraban todas las puertas. Pero alabo a Dios que la paz que tenía en mi alma era tan grande que pude superar esa etapa de mi vida sin temor.

Fui al Canadá, donde trabajé durante nueve meses como empleado común en un hospital. Era trabajo duro comparado con la vida fácil en el barco, donde yo viajaba en primera clase y disfrutaba de todas las comodidades. Tuve que volver a Italia porque no me habían renovado la visa. Viví por un tiempo con mi hermana, que era refugiada, y recuerdo cómo mi familia a menudo me pedía que volviera a la iglesia romana porque de lo contrario no podría sobrevivir. Fue entonces que conocí a dos sacerdotes convertidos (y por entonces pastores evangélicos). Ellos entendían bien mi posición, y me ayudaron mucho. Me dieron trabajo como maestro en un orfanatorio, y luego me pusieron en contacto con la Western Bible College de los Estados Unidos donde pasé tiempo estudiando la Biblia. Ese fue un tiempo de crecimiento en mi vida espiritual, lo mismo que en el aspecto académico. El instituto me puso en contacto con algunas iglesias locales, porque yo sentía que debía volver a Italia para servir de misionero. El Señor ha sido muy bueno conmigo al proveer para los últimos 25 años, durante los cuales he venido nuevamente a los Estados Unidos solamente una vez.

Nueva vida, nueva pareja, nueva misión

De nuevo en Italia, el Señor me proveyó una fiel compañera y colega para el trabajo en el Evangelio durante todos estos años, mi esposa Agnes. Por razones de familia fuimos llevados nuevamente al lugar donde había servido como sacerdote católico por un tiempo, y el trabajo resultó muy, muy, muy difícil. La policía controlaba nuestros movimientos, el obispo hablaba en contra nuestro e intentaba hacernos salir. La gente nos odiaba. Recuerdo haber tenido que limpiar esputos en la puerta del frente de nuestro pequeño lugar de reuniones y tapar con pintura los escritos obscenos sobre las paredes.

Con el tiempo pudimos ganar la confianza y el respeto de la gente. Después de cuatrocientos años (cuando la última familia evangélica había tenido que huir de la ciudad por la persecución) el Señor nos dio la alegría de ver iniciada una iglesia para su gloria en la ciudad de Rovigo, donde todavía vivo. Me sentía el menos indicado para ser usado por Dios en una ciudad tan adversa a causa de mi pasado, pero Dios en su misericordia ha encontrado en mí un instrumento para sus manos.

Nuestra iglesia tiene muchas familias jóvenes, y seguimos creciendo en el Señor. Cuando Dios puso en nuestro corazón la idea de extensión, teníamos que superar la indiferencia de la gente. El Señor abrió el camino para iniciar una estación local de radio, que ha crecido a pesar de muchas dificultades. Nos robaron el equipo, pero el Señor ha sido bueno con nosotros y nos ha conducido a la victoria a través de todo eso. Muchas cartas que recibimos muestran que la gente escucha y disfruta el programa de radio, y seguimos permanentemente tratando de mejorar la calidad del servicio a nuestros congéneres, aquellos que viven en la oscuridad en que nosotros estuvimos alguna vez. Como lo sugiere el nombre de la estación radial, queremos ser “Una voz en el desierto”, como Juan el Bautista, y mostrar a los hombres y las mujeres al Cordero de Dios, el único que puede limpiar los pecados del mundo.

Joseph Lulich

A fines de 1996, el hermano Lulich pasó a la presencia del Señor. Hasta el final continuó siendo energético en predicar las buenas nuevas del evangelio. Por muchos años el Señor le dio abundantes frutos en evangelismo personal y predicaciones radiales.

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