Arnaldo Uchoa Cavalcante

Voy a intentar resumir toda una historia de cuarenta años. Entré al seminario por voluntad libre y espontánea, deseando servir a Dios como sacerdote. Mi familia no poseía los recursos económicos para afrontar el costo de mis estudios pero, afortunadamente, un buen amigo pagó amablemente mis gastos.

Mis doce años de estudio incluyeron filosofía, teología e idiomas. Me apliqué especialmente al conocimiento de la filosofía y la Biblia.

Finalmente, el 15 de agosto de 1945, en la catedral metropolitana de Maceio, recibí la ordenación en el sacerdocio, de manos del arzobispo. Sin embargo, no recibí lo que realmente necesitaba, ¡la gracia que viene de arriba, el poder divino para predicar la Palabra de Dios con autoridad! Seguía como Tomás quien, al no creer en el poder de resurrección del Señor Jesús, necesitaba tocar con sus dedos el cuerpo de su Maestro para creer. De la misma manera yo no podía creer la Palabra que había leído y estudiado. Necesitaba una revelación especial del Señor Jesús.

Sacerdote, pero sin seguridad de mi salvación

Durante nueve años, entre 1945 y 1954, practiqué el ministerio de un sacerdote en las ciudades de Maceio y Recife, administrando los “sacramentos” y predicando, pero sin paz, sin convicción, y sin sentir yo mismo la salvación en la que no podía creer. Durante este intervalo ejercí los oficios de Asistente de la arquidiócesis auxiliar, Asistente General de la arquidiócesis de los Círculos Obreros, profesor de Historia Eclesiástica y griego clásico y bíblico, profesor del colegio de Guidd De Foutgalland, del colegio de San José y finalmente del colegio Estadual de Alagoas, donde dicté filosofía.

Créanme que mientras tanto en los altares, en el púlpito y en la catedral, no podía encontrar lo que buscaba. En 1954 resolví dejar la sotana, y salir en busca de paz espiritual, seguridad de la salvación para mi alma, fe en el sacrificio de Cristo y en las enseñanzas de la Biblia. La Divina Providencia es maravillosa y me preparó para bajar al valle de las bendiciones, la paz y la salvación. Mi Dios me demostró que yo valía para él, mucho más que los pajarillos o las flores del campo.

¿Cómo dejé mi parroquia y me quité la sotana?

El día de mi liberación de las vestiduras negras, estaba cumpliendo el cargo de capellán de fábrica en la ciudad de Maceio. Después de haber planificado todo lo que mi conciencia me aconsejaba, salí para Recife en avión. Había comprado en una tienda algunas prendas que necesitaba para vestirme en lugar de la sotana. Quería cambiarme de prisa antes de buscar un hotel. ¿Qué haría? Tomé un coche de alquiler y le dije al conductor que debía ir a un distrito particular de la ciudad y le advertí que durante el trayecto me cambiaría de ropa. Cuando bajé del coche estaba diferente y era libre. Encontré un hotel donde pasé la noche. La mañana siguiente alcancé a ver al superior del monasterio carmelita en la calle. Logré que no me viera. Partí inmediatamente a la ciudad de Natal y de allí a otras ciudades. Debía encontrar pronto esa forma diferente de vivir que anhelaba pero, lamentablemente, vivía dominado por un sentimiento incontrolable de intolerancia hacia los evangélicos a los que llamaba protestantes. Era como Saulo de Tarso, religioso pero perseguidor de los cristianos evangélicos. Por cierto que no estaba convertido a Cristo en mi interior, y a diferencia de Pablo, llegué a mi conversión con más demora. Tres años después me casé, el 10 de mayo de 1958 y al año siguiente nació nuestro primer hijo.

En los años que pasaron hasta 1960, mi búsqueda me llevó por diversos grupos espiritistas de Brasil, el Vardecismo y otros; siempre evitando las iglesias evangélicas. Sin embargo seguí sintiendo el mismo vacío en el alma y una ardiente sed de salvación y paz.

La providencia y la gracia de Dios

En 1960 fui a Belho Horizonte y de allí a Aguai. En septiembre me embarqué hacia Campinas en busca de un mejor trabajo, y caminando por las calles del centro, pasé por el edificio de la “Iglesia del Nazareno”. Busqué la entrada y me asomé. En ese momento me sorprendió el pastor de la iglesia. Eran justamente las 12 del medio día. El pastor me recibió como si me hubiera estado esperando, y ahora lo entiendo. Estaba inspirado por la Providencia Divina. Ese encuentro resultó en una preciosa bendición para mi alma y fue decisivo en que tomé un camino nuevo e inesperado. Pocos días después traje mi familia a Campinas y llegué a comprender lo correcta que era la fe evangélica. Escuché los sermones del pastor Mosteller. El 18 de septiembre de 1960, a las 9 de la mañana, acepté plenamente y en público el verdadero Evangelio de Cristo. Esa fecha realmente pasé de muerte a vida, la vida cristiana verdadera, teniendo al Espíritu de Dios y la paz de Cristo en mi alma.

Hoy alabo al Señor, bendigo a Jesús, y predico el mensaje del Evangelio y, aunque trabajo duro, tengo gozo, paz y alegría sirviendo a mi Salvador.

“Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23).

Arnaldo Uchoa Cavalcante

Podobne wpisy