Simon Kottoor

El amor de Cristo me compele a dar testimonio de mi conversión desde el sacerdocio católico romano a una vida nacida de nuevo en Jesucristo. Durante veinticinco años fui un sacerdote católico romano que seguía estrictamente los rituales de un sistema que me envolvía como una enorme e infranqueable fortaleza de oscuridad e ignorancia de la Palabra escrita de Dios.

El Señor me enseña

“Bauticé” a muchos niños, derramando agua sobre su cabeza. Oficié en procesiones públicas en honor y veneración de “santos” muertos, sosteniendo sus imágenes de madera, aun cuando el segundo mandamiento de Dios prohíbe estrictamente incluso la fabricación de imágenes de barro. Ofrecía la misa diaria, la que creía erradamente era una repetición del sacrificio de Jesucristo en el Calvario, y creía que el pan y el vino se convertían literalmente en el cuerpo y la sangre de Jesús. Sólo más tarde, cuando estudié y oré por las palabras de Cristo como aparecen en la Biblia, se me abrieron los ojos. El Señor me mostró que no podía haber ni una repetición del sacrificio consumado en la cruz ni la transformación literal del pan y el vino en el cuerpo y la sangre cuando instituyó la última cena.

Buscaba la intercesión de los “santos” muertos, con seriedad, firmeza y sinceridad, y oraba por los muertos en el purgatorio, sin conocer la enseñanza bíblica de que hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y el hombre ‐ el Dios/hombre, Jesucristo. El solamente murió en lugar del creyente y pagó todo el precio de rescate por el pecado. Si esto es cierto, se entiende por qué no hay ninguna mención en la Biblia de un lugar de expiación llamado purgatorio, donde las almas se liberan por medio del sufrimiento y de las oraciones de los que viven en la tierra. Como católico sincero tenía gran fe en la veneración de las reliquias y de los sacramentos a los que se atribuye poder divino cuando se usan para necesidades espirituales.

Solo Dios puede perdonar pecados

Mientras era sacerdote escuché muchas confesiones y “absolví” el pecado de otros, siendo ignorante de la enseñanza bíblica de que solamente Dios puede perdonar pecados. La Biblia dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).

Me había adherido a esas y otras creencias y disciplinas no solamente porque había nacido y me había criado en el sistema tradicional, sino principalmente porque estaba obligado a obedecer, porque creía la mentira de que “fuera de la Iglesia Católica Romana no hay salvación”. La enseñanza de la iglesia llamada “magisterium”, basada en la tradición, se aceptaba como autoridad final, no la Palabra escrita de Dios, la Biblia (que era un libro no abierto, incluso para los que estudiaban para el sacerdocio).

No hay paz fuera de Dios

Mi educación para el sacerdocio católico romano fue en Roma. Obtuve mi Doctorado en Teología (D.D.) en 1954 y después hice estudios de post grado en economía en Canadá. Durante ocho años fui profesor de Economía en el B.C.M. College de Kottayam. También fui Director del Colegio San Esteban, en Uzhavoor, durante nueve años. Esas eran posiciones muy elevadas que me daban consideración en la sociedad y prosperidad material. Durante veinticinco años como sacerdote, no tuve gozo espiritual ni paz en el alma a pesar de realizar los diversos ritos. Había una creciente sensación de oscuridad y vacío en mi alma hasta que sentí que no tenía sentido bautizar niños, confesar pecados, la “presencia real de Cristo” en la misa ‐‐ ni en ninguno de los otros ritos. No sabía qué hacer. Me volví al cigarrillo, la bebida, la glotonería, la asistencia al teatro y otras actividades seculares en el esfuerzo por encontrar felicidad y paz. Pero nada de eso podía darme lo que mi espíritu necesitaba. Esos años fueron años de agonía e inquietud espiritual. Lo que necesitaba era la salvación eterna.

Lámpara es a mis pies tu palabra

De alguna manera comencé a prestar atención a la Biblia. Ciertos versículos me llamaban la atención. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Marcos 13:31). Comprendí que eso era porque “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16‐17).

Doy gracias a Dios por haber puesto en mi vida algunos hombres nacidos de nuevo que me ayudaron a estudiar la Palabra de Dios. Ellos me guiaron por medio de la “lámpara a mis pies” y la “lumbrera a mi camino”. Descubrí el motivo de mi aridez y vacío espiritual en el alma. “Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo” (2 Juan 1:9). Aunque había sido muy religioso, no estaba perseverando en la doctrina de Cristo. Mis ojos se abrieron a la doctrina de Cristo como aparece en la Biblia ‐‐ el único “poder de Dios para salvación”. La pregunta más significativa y eterna de Jesús está en Mateo 16:26: “Porque, ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” Este versículo parecía resonar en mis oídos.

Por medio de la Palabra de Dios me convencí que implica más que un bautismo hacer que una persona sea cristiana. El bautismo de niños con seguridad no puede hacerlo. Un niño no puede creer, experimentar convicción, confesar el pecado; no puede confiar y aceptar a Jesucristo como Salvador personal. Además, no hay ningún símbolo de la muerte, entierro y resurrección de Jesús en el rociamiento, como lo hay en la inmersión. Pronto comprendí mi necesidad espiritual y me convencí de mi pecado y de la justicia de Cristo.

Nueva criatura

Alabo al Señor por darme el valor y la fuerza para dejar todo atrás y confiar en Jesucristo como mi Salvador y Señor personal. Fue el 5 de abril de 1980. Después que nací de nuevo por su Espíritu y fui bautizado en agua, el Señor me llenó de una paz divina, un gozo en el corazón, y dio sentido a mi vida. El vacío en el alma que me había atado por tanto tiempo desapareció y ahora sé lo que significa ser una nueva criatura. Las cosas viejas pasaron, y ahora todas son hechas nuevas.

Sin embargo, Satanás no me ha dejado. Ha seguido merodeando a mi alrededor como un león rugiente. Comenzó a utilizar a sus agentes para perseguirme por medio de ataques físicos, aislamiento y ostracismo, y por falsas denuncias contra mí. He sufrido todo lo que se describe en los Salmos 69:4,8 y 12. En todo eso el Señor continuó siendo mi fuerza y mi consuelo. Nunca ha fallado ni me ha abandonado. Sus palabras en el Salmo 27:10 y en Lucas 6:22‐23 me han dado confianza, inspiración y hasta gozo.

El Señor me bendijo con una esposa nacida de nuevo (que fue monja por doce años), y hemos estado viviendo por fe y sirviendo al Señor desde entonces. He viajado a muchos lugares en la India y en el exterior para predicar la verdad del poder salvador de Jesús y dar testimonio de mi conversión. He visitado a muchas familias e individuos en el esfuerzo de llevarlos al Señor. Parece un milagro comprender cómo el Señor nos ha llevado a mí y a mi familia de lugar en lugar en la India a pesar de la persecución. Finalmente, en 1987, abrió un camino para que pudiera llevar mi familia a Norteamérica. Pronto, por intermedio del doctor Bart Brewer de la Misión Internacional para Católicos, fuimos presentados al pastor Ted Duncan de la Iglesia Bautista Libertad en San José, California. Siempre estaré agradecido a estos hombres por su bondad y ayuda espiritual. Realmente fueron buenos samaritanos.

Mi esposa y yo hemos sido bendecidos con un hijo, Jimon, y una hija, Jintomol. Nuestra familia reside en San José y nos congregamos en la iglesia Bautista Libertad. Como soy un ciudadano mayor con mala salud y mi esposa no tiene preparación técnica, no tenemos una situación económica dependiente de ningún empleo, pero confiamos en el Señor quien suple nuestra necesidad inmediata por medio de sus hijos en la familia de Dios.

Queridos lectores, miren a Jesucristo. Hay poder en su sangre expiatoria para lavar sus pecados como lo hizo conmigo. Nadie puede limitar la eficacia de la preciosa sangre de Cristo. Confíen solamente en él. “Siendo justificados gratuitamente por su gracia, por medio de la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24).

Traducido por Dante Rosso

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