Salvatore Gargiulo

“¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?” (Lucas 6:39)

Me llamo Salvatore Gargiulo. Me convertí al Evangelio del Señor Jesús en 1977, y ahora le estoy sirviendo en el mismo lugar donde antes había seguido el llamado del sacerdocio católico romano. Mi conversión vino lentamente, paso a paso, a lo largo de varios años, y fue uno de esos grandes milagros que solamente Dios puede hacer.

Fui ordenado sacerdote en 1951, y tenía la firme intención de ser un devoto hijo del papa todos los días de mi vida. Estaba plenamente convencido de que él era el sucesor de Pedro, y la cabeza visible de toda la iglesia y el vicario autoritativo y representativo de Jesucristo en la tierra.

Señales y prodigios mentirosos

La Iglesia Católica Romana es en realidad una iglesia que sigue más a María que a Cristo. Nunca dejé de insistir a la gente que recitara el santo Rosario (una monótona repetición de oraciones a María). Con entusiasmo pasaba a otros las historias de milagros que se suponía ella había realizado, que no son otra cosa que obra del poder de la oscuridad, destinados a guiar a millones de almas a la deriva y de evitar que se pongan en contacto con la Verdad.

“. . . aquel inicuo. . . cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por eso Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” (2 Tesalonicenses 2:8‐12). “Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Corintios 11:14).

De todos modos, mi vida había sido moldeada en este sistema de errores y yo tenía apenas un conocimiento superficial de las Sagradas Escrituras. Estaba yo mismo engañado y engañaba a otros (2 Timoteo 3:13). En realidad, mis estudios teológicos estaban basados en la filosofía escolástica y no en la Biblia.

Cisternas rotas

En mi fanatismo religioso y fidelidad a las disposiciones del código oficial que señalaba los derechos de los sacerdotes, un día quemé una Biblia “protestante” porque no tenía el imprimatur (sello de autorización) que permitía leerla.

Aún así, toda mi certeza y confianza en la institución Católica Romana no evitó que me sintiera profundamente insatisfecho en el corazón. Administraba los sacramentos cuando me tocaba el turno, pero carecía del más grande don que Dios desea dar al hombre, el de saber que ha sido aceptado por Dios porque sus pecados han sido perdonados de una vez por todas en el Calvario. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Romanos 5:1‐2). También tenía un gran temor a la muerte y al juicio de Dios. Mi religión me aguijoneaba para que hiciera cosas para ganar mérito (la misa, los sacramentos, el rosario, las indulgencias, los actos de abnegación, etc.) pero en el fondo me sentía perdido. Lamentablemente, a pesar de tener un título en teología, no sabía nada de la paz y la sencillez que provee la salvación por gracia. Las cisternas rotas de los sacramentos eran incapaces de darme el Agua Viva que mi alma tan desesperadamente necesitaba.

Apelo a mi corazón

En la década de 1960, comencé a interesarme en el movimiento ecuménico. Naturalmente, mi gran esperanza era que este movimiento lograra que los “hermanos separados” reconocieran que la Iglesia Católica Romana era la cabeza de la iglesia, y que aceptaran que era la voluntad de Jesús que el papa fuera el supremo pastor sobre todas las ovejas. Pensaba que el deseo de Dios de que hubiera un rebaño y un pastor se cumpliría.

Eso hizo que me fuera necesario saber qué era realmente lo que creían esos cristianos separados. Así que comencé a escuchar programas radiales y televisivos evangélicos. Recuerdo particularmente una serie de mensajes matutinos de un hermano cristiano evangélico alemán, Werner Heukelbach, transmitidos por Radio Luxemburgo. Esos mensajes nunca terminaban sin una ferviente apelación que decía: “Lo que realmente necesitas es a Jesús”. Para mí no era otra cosa que el representante de una secta, un hereje, pero el fervor de su voz me tocaba. El centro de su mensaje no era otra cosa que Jesús. “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna” (Juan 6:47).

La luz de las Escrituras

Un día en 1975 mientras caminaba por una calle de Florencia, me llamó la atención una librería evangélica. Entré solamente con la intención de echar una mirada. Me sobresaltó el título de uno de los libros: “El Catolicismo Romano a la Luz de las Escrituras”. Compré un ejemplar, y no me resultó fácil librar mi mente – en un momento – de todas las falsas doctrinas que estaban tan profundamente enraizadas en él. Sin embargo, poco a poco, el Espíritu Santo hizo que la Luz de la Verdad penetrara mi mente oscurecida.

Pasaron otros dos años de incertidumbre, dudas y búsqueda. Al final, no fue otra cosa que la Biblia, que es la verdadera Espada del Espíritu, la que desenterró todos los errores que me habían tenido encadenado durante tantos años. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8‐9). “¿Qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 16:30‐31). “Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo” (1 Juan 5:11).

¿Ha cambiado la Iglesia Católica?

Algunos evangélicos piensan que los tiempos han cambiado y que ahora se puede tener un diálogo y colaborar con la Iglesia Católica Romana para lograr la unidad cristiana. Esto es un engaño de Satanás. Las doctrinas sobre la organización eclesiástica no han cambiado en absoluto. En realidad siguen agregando nuevos errores a los antiguos, y en especial están trabajando con la idea de incorporar a todas las demás religiones, lo que pronto llevará a establecer la Gran Babilonia, de la que habla el séptimo capítulo del Apocalipsis. (Un ejemplo de esto es el Documento del Segundo Concilio Vaticano, Nostra Aetate, el párrafo 2:

“El budismo en sus diversas formas testifica de la insuficiencia de este mundo cambiante. Propone una forma de vida por medio de la cual el hombre puede, con confianza y esperanza lograr un estado de perfecta liberación y alcanzar la iluminación ya sea por medio de sus propios esfuerzos o con asistencia de la ayuda divina; la Iglesia Católica no rechaza nada de lo verdadero y santo en estas religiones”.

Por eso es de suprema importancia que nosotros en la actualidad obedezcamos la exhortación de la Palabra de Dios: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6:14‐18).

Andad como hijos de Luz

Al mirar atrás a los muchos años durante los cuales viví bajo el poder de las mentiras y el error, solamente puedo agradecer a mi Padre Celestial con profundo gozo que me haya librado de los poderes de la oscuridad y me haya traído al Reino de su amado Hijo. “Porque en otros tiempos erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz” (Efesios 5:8).

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